Errando entre Palabras

lunes, 31 de agosto de 2020

Sucederes

Puede suceder que se humedezcan los ojos, porque sí.

Y que una mariposa se pose en la ventana, también porque sí.

Puede ocurrir que en una mesa roja sólo haya una copa.

Que no se escuchen ruidos y que la calidez sea parte de los sueños. 

Puede pasar que una mirada descanse en una margarita o en la negrura del cielo. 

Pero las ráfagas de viento que se sienten en la piel, nunca suceden porque sí.


sábado, 29 de agosto de 2020

Hoy es un día francés. 1





Hoy es un día francés.

Amanecí recordando París y lo feliz que fui cada vez.

Sus veredas,  los cafés,  los hoteles en los que estuve,  el metro, el "bonjour" cantado de las "boulangers", el aire, sus colores y todo lo que significaron esos viajes para mí.

París: hacer mi vida.

Dereck Walcott





 Comparto esta poesía porque es tan, pero tan bella....


El Amor Después del Amor (Dereck Walcott).


Llegará el tiempo

en que, con alegría

te saludarás a ti mismo al llegar 

a tu propia puerta  y tu propio espejo.


Cada cual sonreirá 

ante la bienvenida del otro

Y dirá, siéntate aquí. Come.


Amarás otra vez 

Al extraño que fuiste.


Dale vino, dale pan

Devuelve tu corazón

A ti mismo

Al extraño que te amó

Durante toda tu vida, a quien ignoraste, a quien te conoce de corazón.

Quita las cartas de amor de los estantes,

las fotos, las notas desesperadas

Arranca tu propia imagen del espejo

Siéntate. Celebra la vida.

lunes, 24 de agosto de 2020

Algo





Algo que había en la imagen y en su gesto

Y despues en las palabras

y en su escucha dispersa.

Al otro día y al otro.


Por su cabello revuelto

Y el color de sus ojos

Y por el nervio y su ritmo.

Al otro día y al otro.


Su pensamiento extendido

que se traduce en sus manos,

y en su manera de ver.

Al otro día y al otro.


Algo de su placer.

Algo del mío.

Algo que no será nunca.

Ni al otro día y ni en otros.

viernes, 14 de agosto de 2020

Cincuenta y Tres



En la mesita del living hay un par de libros nuevos de Borges y uno más viejito, Otelo. Hay un cuaderno y una lapicera, la computadora y su cargador, el alcohol en gel y una taza de café.

Hay un ramo de flores blancas.

Sobre una silla, una campera y en otra, una cartera colorida.

Todas las luces están prendidas.

Cerca de la puerta, muy temprano, se derramó un poco de jabón y quedó ahí, olvidado. En la terraza, la ropa sigue colgada

Hay una hermosa caja en la cocina con un cartel de feliz cumpleaños, que tenía dentro innúmeras delicias.

En la cama sin hacer hay una bolsita con regalos preciosos: máscaras de belleza para el rostro, un pote de árnica llamado "Pare de Sufrir", un cuaderno para anotar ideas, una cajita con chocolates y una bomba de espuma del barrio Chino.

La mesada del baño está aún un poco más desordenada.

En mí están los saludos amorosos de gente querida,  una torta que dice mi nombre y los maravillos deseos de mi hija: que durante este año ningún café me desilusione por estar quemado o aguado; que caminando por Palermo me encuentre con Cortázar y charlemos mientras tomamos algo; que consiga un novio bueno, inteligente y que hable francés; que me vuelva una gran escritora y que no trabaje tanto.

Debo decir que hace muchos años, cuando ella era muy chiquita y recién estaba aprendiendo a escribir me preguntó qué deseaba, yo le respondí, ella lo anotó en un pedacito de papel y me lo dio.

Ese deseo se cumplió y el papelito aún lo conservo, aunque casi no se ve la tinta.

Cuando me encuentre con Cortázar caminando por Palermo, me voy a sacar una foto con él, la voy a subir a las "redes" y además, si alguien quiere, le cuento cómo estuvo la charla.

Fue un muy feliz cumpleaños, lleno de deseos y paquetitos.

lunes, 10 de agosto de 2020

Extrañarme (2019)


 Un personaje le pregunta a otro,  en la obra de Margulis "Cena con Amigos".

_ ¿No me extrañás a mí, a la que era?

Y como los personajes se meten en mi vida con toda mi autorización, de pronto me di cuenta que yo extraño horrores a la o a las fui. Diría más,  en este momento no hago más que extrañarme.

Extraño a la que era de niña cuando armaba coreografías con canciones de María Elena Walsh para las visitas. 

A la que se enamoraba, algunas veces en la vida, que no fueron muchas.

Extraño a la que era súper divertida, porque era súper divertida.

A la que tenía tiempo cada día y tenía mucho más tiempo por delante. 

También extraño muchísimo a la que era cuando sólo sentía calor en verano.

A la que podía ser, cuando estaba súper flaca. Súper flaca, soy otra, definitivamente. 

A la era, cuando descreía menos

A todas esas y seguramente a algunas más que fui, pero que quede claro que no extraño para nada a otras, que prefiero olvidar.

Estoy tan, no sé cómo decirlo, extrañadora, que recién me di cuenta que no tengo mucha idea de quién estoy siendo ahora como para recordarla algún día.

Sé que no puedo recuperar algunas de las que fui y el tiempo pasa irremediablemente,  así que ahora, tendré que ocuparme de ser una que valga la pena  extrañar en unos años. 


Un día de febrero en la playa


Hoy el mar no estaba de humor. Se lo pasó revoleando gente sin importar ni edad ni género.

Quedaba claro que no había que intentarlo porque se salía herido o desnudo.

No obstante, hubo personas que entraban dispuestas a darle pelea. Vi familias enteras agarradas de la mano para hacerle frente. ¡Ja ja já eso era un festín para el enloquecido mar! Caían todos juntos.

Otras personas, más temerosas de los dioses, entraban como pidiendo permiso y al primer paso eran tumbadas en la arena. 

Por suerte yo, que tiendo a desubicarme y empeorar los malos humores haciéndome la graciosa,  me quedé en el molde, como decía mi papá. Me limité a mojarme un poco con las manos, actitud muy criticada toda la vida por mi mamá, que decía que eso lo hacían las viejas. Ya estoy vieja.

Mientras me reía para adentro viendo a todos los derrotados por Poseidón, pasaron frente a mí dos muchachos: uno llevaba un enorme trofeo, en cuya cima se alzaba una pelota de fútbol brillante; y el otro llevaba una bolsa con remeras de distintos clubes. Las remeras parecían firmadas por jugadores de fútbol y por cincuenta pesitos te prestaban la remera y el trofeo y con tu  celular te sacaban tres fotos.

En qué momento a alguien se le ocurre ese negocio. ¡Aplaudo de pie! Creo que con eso entendí realmente la famosa expresión "el ingenio argentino". Me dio no se qué, pero igual, bravo a esos pibes.

Luego del asombro saqué de mi mochila, como siempre repleta de cosas que nunca voy a usar, el libro que estaba leyendo. Me calcé los anteojos y me dispuse a continuar,  entonces, mientras leía y leía, de pronto oigo... chi chichichí chichichí, llegó la cumbia.

Una familia, detrás de mi silla, después de armar su carpa y acomodar sus pertenencias decidió musicalizar el día.

¡Pero por qué! ¡Me pregunto por qué! 

Como no hallé ninguna respuesta debo confesar que deseé que todos fueran al mar bailando reguetón y terminaran revolcados. Como no fueron, cerré el libro y lo guardé.

Mientras tanto, Pancha que es una atracción para niños y grandes, convocó a un nene amoroso que no paró de acariciarle la cabeza. El nene y Pancha atrajeron a otros dos niños y me vi rodeada por tres pequeños de nueve y diez años que le acariciaban la cabecita a Pancha. 

Me hablaban, se preguntaban sus nombres y también si tenían algún tío muerto,  todo, mientras la amasijaban a la perra, que se hartó y empezó a ladrarles y a tirárseles encima. 

Con la perra furiosa tratando de defenderse de tanto cariño, los nenes se pusieron eufóricos y todo se salió de control. Me tuve que ir.

Subí el médano con la perra excitada, mi mochilota, la sillita y los tres muchachitos que me seguían. Por suerte la arena quemaba y se detuvieron de modo que  el ascenso al médano fuera un poco menos complicado.

No obstante, uno de ellos que realmente era un amor me gritaba de lejos _en qué departamento estás!, ¡en qué departamento estás!.

Me dio pena y con la perra que seguía ladrando, la mochila pesadísima y la sillita giré sobre mí misma y le respondí_ ¡en ese! 

Y el nene insistía_ ¡pero en cuál! ¡En cuál!

_¡En ese que está ahí! Le grité sin señalar ninguno.

_¡Bueno, después voy a visitar a Pancha!

La arena empezó a quemarme mal y cargada como estaba, no quedó otra que correr hasta  la sombra de unos penachos con muy poca elegancia.

En fin, ahora pienso que es muy posible que todo se repita mañana.

domingo, 9 de agosto de 2020

La cortina y el viento

Anoche sentada en mi cama oía el silbido del viento y el canto de los carrillones.  La cortina se inflaba y se desinflaba apaciblemente. La tranquilidad hizo que pensara que por fin iba a dormir toda la noche, sin calor, ni frío, ni nada que perturbara mi sueño.

Cuando estaba decidida a acostarme, el viento empujó violentamente la cortina dentro de mi cuarto y al instante se la llevó hacia afuera dejándola como la capa de Superman en pleno vuelo.

Temiendo que se rompiera me levanté a cerrar la ventana, pero en ese preciso momento la cortina volvía a entrar con el envión de un huracán. 
No llegué a hacer nada, no pude esquivarla y quedé parada viendo cómo se me venía encima.  Al final, me alcanzó, me envolvió y quedé enrollada como si fuera una de esas momias voladoras que veo cuando subo a la terraza de noche.

El viento continuó haciendo entrar y salir la cortina, y a mí con ella. 

La perrita se despertó y empezó a ladrar enloquecida intentando subir, pero  por suerte le resultó imposible.

Con tanto alboroto se despertaron los vecinos, que poco a poco empezaron a  asomarse, mientras yo entraba y salía por mi ventana envuelta en la tela.

Hablando lo más rápido que pude, cuando me tocó estar del lado de afuera les grité: "Noseasusteeeeeennnn,soyyoquemeatrapolacortinaaaaaaa".

Gracias a Dios me entendieron, se quedaron tranquilos y aprovechamos para saludarnos, porque con esto de la cuarentena, no nos estamos cruzando ni en el ascensor.

Cada vez que en el ir y venir me tocaba estar del lado de afuera charlábamos un poquito de todo: de lo caras que están las cosas, del virus y por supuesto, del administrador del edificio, que siempre es tema.

Así pasaron como dos horas y mis vecinos, vencidos por el sueño, se fueron despidiendo de a poco.

Yo seguí volando con la cortina de acá para allá, de un lado al otro y con el vaivén, me quedé dormida.

Esta mañana amanecí sobre mi cama, despatarrada, con el pelo embrollado, sin los anteojos y con el estómago un poquitín revuelto.

Hoy voy a dormir en el sillón. No es que tenga miedo de que me atrape la cortina ni mucho menos, después del susto  resultó ser un  placer, pero alguien me denunció por incumplimiento del aislamiento social obligatorio y vallaron mi cuarto.


jueves, 6 de agosto de 2020

Aire Primaveral

Ayer fui a hacer un trámite. Caminé rápido porque era tarde, pero a los pocos minutos me rozó suavemente un aire primaveral y sentí un repentino deseo de caminar sin apuro, de sentarme a tomar un cafecito al sol y de tener un día romántico.

Nada de eso pasó: no dejé de apurarme, no tomé un café al sol y tampoco tuve un día romántico, pero me envolvió esa calidez primaveral ante la cual se rinden las tristezas.

Agradezco haber sentido ese airecito, que siempre es una promesa.


miércoles, 5 de agosto de 2020

¿Quién maneja los hilos?

—¡Quedate ahí! —dijo la voz.

—¡No quiero! 

—¡Te tenés que quedar ahí! —le ordenó. 

—¡Quiero ir al baño!

—¡No, quedate ahí! —le gritó.

—¡Te digo que quiero ir al baño, me estoy haciendo pis! 

No me quiero quedar acá no me quiero quedar acá mi vida es una mierda. ¿Por qué no me quieren en este lugar? Yo no les hice nada.

—¡Salí del baño! —ordenó la voz del otro lado de la puerta.

—¡Ya voy! 

La puta madre, me empapé. No me quiero quedar acá no me quiero quedar acá, ayúdame, no me quiero quedar no me voy a quedar no pueden obligarme, ¿no?

—¡Salí ya! — volvió a ordenar la voz por última vez.

¡Se quedaron con mis cosas! Me voy a ir a mi casa, no me importa si me agarra la policía, no me quiero quedar acá no me quiero quedar acá.

—¡Vamos! —dijeron muchas voces.

¡¡Nooooooo!  ¡Soltame! ¡Nooooo! ¡Soltame! ¡Soltame! ¡Ayyy!

Tu- tu- tu- tu 

Silencio.


Sobre Szymborska, a quien adoro






Sobre Szymborska. A la quien adoro

 

Encontré en Lecturas no obligatorias, de Wislawa Szymborska, un texto que se llama “Realidad y Ficción”.

Habla de Pitágoras y menciona una frase que le dijo a sus seguidores: "El sentimiento y la fe me hablan con más fuerza que el monóculo y el ojo del sabio".

Entonces, ella, Szymborska, se pregunta cómo puede existir esa alternativa si la ciencia, dentro de la cual está el monóculo, no podría existir sin la imaginación y la predisposición a indagar un misterio.

Y continuando con su argumento dice que la poesía tampoco puede quedar en uno de los dos bandos.

Pero en este texto de la escritora, hay un párrafo, un pequeño párrafo, que en mi opinión lo explica todo, sobre muchas cosas:

"Podemos imaginar perfectamente una antología universal que compile los más bellos poemas, entre los cuales tendría lugar el teorema de Pitágoras. ¿Por qué no? Posee esa capacidad de revelar que es propia de la gran poesía, una forma que se reduce magistralmente a las palabras más necesarias, y con una gracia que ni siquiera le es concedida a todos los poetas."

La poesía y el teorema comparten una misma facilidad, la de revelar un misterio. 

Szymborska habla de la poesía, pero yo creo que su prosa también es reveladora y eso se lee en sus textos.

En Lecturas no obligatorias, realiza reflexiones escritas en prosa de una manera maravillosamente poética.


martes, 4 de agosto de 2020

Ordenar la Biblioteca

Si algo disfruto, pese a la fiaca inicial, es ordenar la biblioteca, porque se me llena en un instante la cabeza de historias, de palabras, de recuerdos. Es como repasar cada una de las novelas que leí, de las poesías... Esos libros, que no son tantos, tienen que ver con lo que soy, con lo que quise ser y con lo que no, y con lo que aun quiero ser...

Libritos viejísimos que amo.

Hay uno que es rarísimo. ¿Habrá otra persona en el mundo que lo tenga? Es uno de obras de teatro que nunca le devolví a la monja bibliotecaria de mi colegio. ¿¿¿Cómo se llamaba esa monja??? No recuerdo, pero me parece que el nombre era el de una flor, que no era Margarita. La Hermana... la Hermana... no me acuerdo. Bueno, es un librito español, cuyas hojas se están por extinguir, con unas obras de teatro espantosas. Hasta tiene dibujos de cada escena... es malo, pero cómo lo quiero, lo quiero tanto...  tiene que ver con lo que desde chica quería hacer.

Cuando tenía nueve o diez años, con mi hermana y mi amiga Paula hicimos una obra de teatro en el garaje de la casa de mis viejos. Cobramos como entrada la merienda, pusimos bancos y vinieron mis vecinos: Patricia y los melli, que hablaban todo cortado, la nieta, Sandrita, del señor de enfrente. A Sandrita, la abuela le había hecho los bucles con un "fierrito" caliente. También vino el hijo de Don Enrique: Ricardo. Bueno, no sé si estaba Ricardo, pero de pronto lo recordé. Era alto, altísimo y corría con unas piernas que medían como diez metros. Enrique, no el papá de Ricardo, otro, era uno lindo de la vuelta y tenía una hermana que se llama Marisel. Ella seguro vino, él no. No nos daba bolilla. ¡¡Qué genial ese día!!

Pasaron algunas cosas lindas en esa cuadra, un día, llenamos la calle de hojas, cubrimos toda toda la calle, casi la cuadra entera en una actividad que empezó lenta y terminó siendo frenética. Había que cubrirlo todo y pronto antes de que pasen todos los que dejaban las quintas de fin de semana. Me acuerdo que mi mamá y las mamás de otros nos miraban mientras charlaban en la puerta y que un auto, pasó despacito, despacito, para que no se nos volaran las hojas mientras gritábamos desesperados, saltábamos y nos reíamos como locos rogándole que no las haga volar.

Biblioteca, sí. Hay otro libro que adoro, chiquito. Recuerdo cuando lo compré y todo, el de Alfonsina: Antología Poética de Editorial Losada. ¡Mi amor! cómo la quiero. Cada tanto, hago siempre lo mismo: me siento en el sillón y leo las poesías en voz alta, como deben leerse. La leo sola, o frente a alguna víctima. 

En fin, me acuerdo la historia de cada libro, las dificultades que me plantearon o plantean, los subrayados y requetesubrayados que les hice. Eso de que los libros no se escriben no sé quién lo habrá dicho, pero no tiene fundamento para mí. Tengo libros que adentro guardan hojas de cuaderno escritas por mí, que son sagradas. Resúmenes seguramente, pero no se las puedo sacar.

¡Uy! Ordenar la biblioteca es genial, se me activan los recuerdos como cataratas, me emociona. Es casi como si me estuviera por morir, por eso que dicen que se te pasa toda tu vida por delante en un segundo.

Tengo un estante en la biblioteca de libros que no me gustaron.

Necesito un carpintero, hace dos años que busco uno. Mi biblioteca necesita otro estante y la quiero blanca. Tengo siete carpinteros en mi celular. Sólo dos me pasaron presupuesto, pero algo sucede, se esfuman; les digo que sí, que bueno, y nunca más me responden. Si alguien sabe de un carpintero se lo agradeceré; de paso, tendré otro motivo para ordenar la biblioteca.


Elogio de la ternura

Fotografía de Olga Tokarczuk


"Elogio a la ternura"

Cuando era muy chica escribía. Muy chica, a los 8 años.

Escribía dedicadamente sobre algo y después se lo daba a mi papá para que lo leyera. Nunca fue muy afecto a los halagos, pero esas redacciones le encantaban.

La fórmula era fácil: escribía cosas lindas sobre temas lindos, como la amistad o la música y luego mi papá me aplaudía.

Mi papá tenía la costumbre de aplaudir su alegría. 

Una vez le llevé mi redacción cuando estaba con un amigo y lejos de echarme la leyó en voz alta, muy orgulloso, y dijo que era muy tierno.

Recuerdo perfectamente dónde estaban parados mi papá y su amigo y dónde estaba yo, mirando y escuchando.

Anoche, leyendo sobre mujeres que ganaron un Premio Nobel, me topé con el discurso de aceptación de Olga Tokarczuk, cuyo título es “El narrador tierno”.

Lo leí con curiosidad por la palabra tierno. Y también por la palabra narrador.

Olga Tokarczuk cuenta que su madre le dijo que la extrañó, mucho antes de nacer y que esas palabras le dieron una fuerza que le duró toda su vida y explica:

"Porque elevó mi existencia más allá de la materialidad ordinaria. (...) Me dio algo que alguna vez se conoció como alma y me proporcionó el narrador más tierno del mundo."

El discurso de la escritora no tiene desperdicio, lo recomiendo.

Dice que escribe ficción, pero que nunca es pura fabricación. Que cuando escribe tiene que sentir todo dentro de ella y dejar que todos los seres vivos y los objetos la atraviesen, y entonces nombra la ternura.

Para mí la ternura es lo que se siente cuando algo te toca, te afecta, te atraviesa, como dice Olga Tokarczuk. Cuando una chispa te salta dentro y no te quema, te estremece.

La ternura fue el aplauso de mi papá y la primera vez que mi hija, apoyada sobre mi pecho, me miró a los ojos.

La autora dice que la ternura es el arte de compartir sentimientos y descubrir similitudes. Que es la forma más modesta del amor. Del amor que nadie jura ni cita, que no tiene emblemas ni símbolos.

Olga Tocarczuk dice que la ternura es espontánea y desinteresada y que es una profunda preocupación emocional por otro ser con fragilidad.

Que la ternura percibe los lazos que nos conectan y entre tantas otras cosas dice esta maravillosa frase:

 "Aparece donde miramos de cerca y con cuidado a otro ser o algo que no es nuestro yo."

Me generan una profunda ternura sus palabras.  Palabras que son palabras.

Los aplausos de mi papá siempre, siempre, me dieron ternura. No tuvo palabras para el amor, a veces tuvo aplausos.

La última vez que mi papá me fue a ver a una muestra de teatro, lo vi aplaudirme desde lejos. 

Sonreía, mientras golpeaba sus manos suavemente, con un gesto chiquito y cariñoso, íntimo y silencioso, exclusivamente para mí. 

Esa misma noche, cuando se iba caminando frágilmente por la vereda me invitó a su casa: "Venite cuando quieras", me dijo.

Esta mañana fui a comprar unas costillitas de cerdo. Están para cuando venga Delfi a comer la comida de su mamá, porque puede venir cuando quiera.


Un títere para cada cuento





Los otros días quise regalar mis títeres porque sólo están ahí, todos juntos y amuchados y sólo de vez en cuando los miro un rato o se los muestro a alguien. (Pobre el alguien de turno, no le debe interesar ni un poco.) 

Tampoco son una maravilla.  Son comunes y corrientes, comprados en distintas ferias de aquí y de allá.

La cosa fue que en el preciso momento en el que estaba dispuesta a llevárselos a unos niños, no pude.

Bajé el bolso del placard, saqué uno por uno y los vi.  Son tan lindos con sus vestiditos, tan graciosos y prometedores, que al final se quedaron en casa, porque un títere es la promesa de algo lindo. 

Hoy, paseando por la feria de la plaza de Olivos, mientras todos saludaban a mi perra vi un puesto de títeres.

¡Títeres de dedo!

La señora que los hace me contó, así porque sí, que fue directora de un jardín de infantes y que cuando se jubiló el médico le dijo que buscara qué hacer después de tantos años de trabajar y al final se le ocurrió hacer títeres.

Muy amable la titiritera, pero la recomendación de su médico debe haber sido por esa mirada tristona.

Me mostró cada uno de los personajes que creó y me explicó a qué cuento pertenecía cada uno.

En una bolsita de tul guarda los de una misma historia y ahí están los titerecitos, felices y contentos esperando que alguien los haga hablar.

Yo me compré un pequeña Frida.

Jubilarse puede ser una gran oportunidad.

 


El Viento

Hay que saber cuándo irse de la playa, aunque el día esté hermoso. El día estuvo hermoso, pero el sol no es bueno al mediodía, así que me fui. Hay que saber cuándo irse. 

La llegada

Hoy en la playa vi el momento en el que un señor saludaba a unas personas que evidentemente conocía. El señor era alto y sonreía, llevaba puesto un gorrito a lo Piluso y anteojos Ray Ban.

Los conocidos eran cuatro y estaban todos sentados en sus sillas playeras tomando sol. Con ellos, tres niños.

El señor de gorrito movía la arena con los pies, algo muy común cuando alguien conversa en la playa, y sonreía.

Estaba parado mirando hacia el sur delante de los visitados o "dueños de la sombrilla" o de la parada, que lo miraban como desde una platea. Las cuatro sillas estaban una al lado de la otra.

El viento

Leí hace poco, no sé dónde, que además de que es muy bueno bañarse con agua y jabón, también es muy bueno darse baños de viento. 

Me dio risa lo de los baños de viento hasta que un día, después de seis horas seguidas de consultorio, me di unas vueltas por el puerto. Estaba en la bici, en mi vieja bici.

Eran como las diez y media de la noche y no había casi nadie. Las astas de los veleros tintineaban. Había viento, ese vientito cálido de verano. Lo sentí en la cara y recordé los baños de viento. A partir de ese día me doy baños de viento cada vez que puedo. Cada vez que hay viento abro los brazos, cierro los ojos y me dejo "ventilar" y aseguro que hace bien.

El viento que lleva y trae

La playa estuvo hermosa y hubo un vientito cálido y amoroso, pero como el viento, así como lleva trae, en un momento me dejó oír la voz del señor visitante de gorrito cuando dijo:

"¿Vieron el accidente de las 139 y 1?"

Y el vientito siguió soplando y yo escuché cuando el señor del gorro contó:

"...y la nena estaba con los cuatro abuelos; a mí, si me dejás a una criatura para que la cuide no la suelto ni loco", e hizo el gesto de tener una cuerdita, y siguió sonriendo. 

..."los papás están en Buenos Aires, parece que la camioneta retrocedió y no la vio"...

Y como el vientito siguió soplando también lo oí cuando dijo:

"Ayer pasé por la 115 y 1. Vi un auto de la policía. Parece que el tipo dobló, así como venía, y se la puso de frente. Quedaron como un sólo auto.”

Hizo un movimiento con ambas manos, entrecruzando los dedos, para graficar la colisión y siguió sonriendo, mientras movía los pies dibujando en la arena.

La mamá de los tres niños se levantó de la silla y se los llevó al agua.

Una de las señoras también se levantó, como a buscar algo.

El señor, sonrientemente, dijo a los cuatro vientos: 

"Y tienen todo filmado, como una película, pidieron todas las cámaras y se ve todo de principio a fin."

..."vino el arzobispo de Mar del Plata"... 

..."el pibe número once..."

Todo, sonrientemente.

Vi movimientos entre los sentados. El señor siguió parado frente a ellos y el viento me dejó oír: "vi la foto que subiste a Instagram jajaja".

El viento lo ventila todo.

También yo era parte de la platea que miraba al señor de gorro Piluso que contaba las tragedias del verano, sonrientemente. 

Y la memoria se me encendió y me di cuenta de varias cosas que no quiero aclarar, pero también de que el personaje visitante de carpa/sombrilla que no sabe cuándo irse, existe desde hace como cincuenta años.  Yo vi esos personajes cuando era chica.

El señor siguió ahí parado. Otra vez vi movimientos entre los que estaban sentados. Regresaron los niños, que parece que no se quisieron meter al agua y se armó un revuelo.

El señor miró y sonrió observando la situación familiar. 

Uno de los nenes, que no tenía más de tres años, arrojó una pelota en un arranque de ira y el señor de gorra se la atajó con los pies, sin querer, por reflejo, pero sonrientemente.

El nenito creyó que con eso comenzaba un juego y se la devolvió y el visitante volvió a patear la pelota.

No lo vi hablar más, no podía, no le quedaba otra que seguir jugando con los tres niños, sonrientemente.

Casi me río para afuera pensando: Pobre tipo, el sonriente.

Los adultos que estaban sentados aprovecharon la distracción de los nenes y empezaron a preparar las cosas para irse. 

El señor siguió jugando a la pelota como si le gustara, mientras miraba a los otros adultos, sonrientemente.

Una de las señoras empezó a caminar con un bolso, la otra se puso un vestidito, el hombre del grupo desarmó la sombrilla, la mamá de los nenes gritó: “¡vamos a almorzar!”

Los chicos tomaron la pelota y se fueron siguiendo a la mamá.

El hombre con la sombrilla se acercó al visitante y se saludaron. Todos se fueron.

El señor que reía quedó parado, solo. Miró para un lado y para otro y entonces se fue.

El viento

Por la tarde volví a la playa. El día seguía precioso, pero cerca de las 6 de la tarde todo el mundo tuvo que salir corriendo, porque se levantó un viento de los mil demonios.

Ojalá ese viento, que sopló tan fuerte, se haya llevado más que palabras.

 


Antes de salir a escena


Y estaba ahí atrás, recorriendo imágenes, tocando las rugosas paredes negras, acariciándome los pies, oliendo el pañuelo de papá que no tiene su perfume, escuchando palabras, tonalidades, afectos. Oyendo de la muerte, y de la vida, de dioses y de demonios, de amores y sometimientos. Ahí estaba y era yo y de algún extraño modo estaba quieta y en movimiento y atenta hacia adentro y hacia afuera (que alivio estar atenta). Miré, poderosa, sin ver y conté una historia que no me pertenece, o sí. 

En esa caja oscura y mágica, el escenario, cada tanto se pone, delante de mí, un camino riesgoso y encantador que cada vez, pero cada vez es diferente y es necesario estar un poco loca. 

Y… sí, algo no calla. ¡¡Salud!!


Situaciones de la Vida

Cuando era muy chica caminábamos con mi hermana una cuadra, desde el colegio hasta el negocio de mi papá.

Esperábamos hasta que cerrara, para ir a casa a almorzar. 

En ese tiempo, no había doble jornada de casi nada. De hecho, los domingos no estaban abiertos los negocios.  Eran domingos posta, y a la escuela, al menos en el oeste, se iba más con guardapolvo blanco, que con uniforme, y sólo estabas cuatro horas. El resto del tiempo, hacías la tarea y jugabas. 

Yo siempre jugué a la maestra y también a que me hacía rica fabricando señaladores, con papel de plano y dibujos de Sarah Kay. 

Más adelante, después de insistir todo lo que fui capaz, que no fue poco, tal como ahora, iba un par de tardes por semana a estudiar piano.

—¡Que quiero estudiar piano, que quiero estudiar piano, que quiero estudiar piano! 

—Va a pasar como con tus tías, que nunca más lo volvieron a tocar.

—¡Que nunca voy a dejar, que nunca voy a dejar! —prometía, pero me fui zafando con eso de ser musicoterapeuta y lo dejé. Y después zafé de la musicoterapia, con la psicología. Al fin, tengo dos títulos no más que por zafar, pero fui a la facultad, que sí quería. Quería tomarme el Sarmiento con libros y volar. El vuelo fue un poco corto al principio. Pero esa es otra historia.

Sigo. Como no tenía piano, iba un día a la clase con Magda, la profesora y otro día a estudiar a su casa, solísima, en un cuartito que odiaba. Me tomaba "el Sáenz Peña" y después caminaba como ocho cuadras. Un verdadero sacrificio a esa edad para sostener la promesa que había hecho: "nunca voy a dejar". Años más tarde, un día llegué del cole y había un piano para mí en el living de casa. Qué emoción. A esa altura, ya éramos cinco hermanos: mi hermana, yo, Vicente, Claudito y César. Miles de hermanos de diferentes generaciones de misma madre y mismo padre. La gente no se separaba como ahora. Por suerte, muchísimo más adelante, cuando yo me casé, sí.

Volviendo a cuando éramos sólo mi hermana y yo, a veces, a la salida del cole, mi papá tenía que ir al banco y nos dejaba mucho tiempo esperando en el auto. “¡Ya vuelvo!”, decía, y corría al banco.

Lo veíamos entrar apurado, pero siempre se demoraba muchísimo. No tengo idea cuánto, pero se hacía eterno. No es necesario hacer un esfuerzo para recordarme a mí misma apoyando el mentón en el asiento del auto con la mirada clavada en la puerta del banco. Cuando finalmente mi papá salía y volvía al auto, yo lloraba de la furia de haber tenido que esperar tanto tiempo.  

Mi papá se encontraba con gente y se ponía a charlar, estoy segura. Iba y venía corriendo y le sonaban las llaves que colgaban de su cinturón, como un sonajero. Ese era el sonido de mi papá. Me parece que mi mamá le decía San Pedro. Mi mamá convocaba mucho a San Pedro y a Manolo, que tenía que bajar para darle paciencia. No sé quién era ese tal Manolo, pero miraba al cielo y decía: ¡Ay Manolo!  ¡¡Bajá!! 

Para mí que mi papá se mandaba la parte con el apuro y la preocupación de habernos hecho esperar, porque le encantaba charlar. De qué, ni idea, pero siempre habló mucho, hasta que un día dejaron de salirle las palabras. Bueno, eso no fue hace tanto y es otra historia. Más triste.

Mi papá dejaba el auto mal estacionado en la plaza Mariano Moreno desde donde se veía la típica estructura de una ciudad de provincia: el banco, la municipalidad, la iglesia, la tintorería del japonés, obvio, las tintorerías eran sólo de japoneses; la librería de la esquina, la carnicería donde una vez  se filmó una película de Isabel Sarli (gran evento: ¡la vi!, ¡la vi!), la verdulería, las paradas de colectivos y la estación del tren. 

A mi papá lo conocía y aún lo conoce, mucha gente. En Moreno es Carlitos, el fotógrafo. Tengo la loca idea de que la ciudad lo extraña. 

Mi viejo sabía quién vivía en cada casa de Moreno. Si no les había sacado las fotos del casamiento, les había sacado las fotos del bautismo o de la comunión. 

En Moreno, yo era la hija de Carlitos.

Hoy, ahora y acá, eso que es un recuerdo, es un recuerdo.


Truculento

Qué lindo suena la palabra: ¡truculento! Será que rima con cuento.

Me encanta que vengan las amigas de mi hija a comer a casa. Les compré helado. 

Cuando volvía de Palermo, vine con mucho cuidado de no exceder los límites de velocidad. Si te pasás de sesenta o sesenta y dos, te llega una fotito del auto: sonamos, multa. Me gusta ver cómo obedecemos y casi todos sacamos el pie del acelerador. Es un disciplinamiento que vale la pena. No sé por qué mi computadora no reconoce la palabra disciplinamiento.

Es tarde y es martes y en algún edificio vecino festejan algo, esos festejos en los que se escuchan muchas voces, en medio de las cuales, se oye al que quiere llamar la atención. Siempre hay alguien que quiere llamar la atención. No lo critico, a mí también me gusta. Qué suerte que festejen algo, está buenísimo. 

Agosto es mi mes preferido. Me acuerdo que hace muchos años, cerca de mi cumple, vine con mi hermana Paula desde Moreno hasta Unicenter y me compré un vestido largo y azul con estrellitas. Mi hermana estaba contenta. Ya no hay vestidos así y yo tenía muchos vestidos largos, larguísimos. 

Cómo es posible que truculento suene tan bien cuando significa atroz, cruel, terrible.

Me suena a algún cuento de María Elena Walsh que de espantoso  no tendría nada, pero sí mucho de “truculentez”.


Sobre un señor que podría llamarse Roberto

Hoy me senté un rato en mi balcón. 

Mi balcón que tiene una vista fea, hay que decirlo. Los únicos árboles que veo son los tres ficus que están en mis macetas y si extiendo un poco la mirada hacia el frente hay un centenar de aires acondicionados que parecen un muestrario de Frávega.

Así y todo, cada tanto balconeo y como hoy había sol me quedé un rato sintiéndome bien, algo que vale la pena comentar. Estaba ahí, con la mirada perdida, cuando a través del vidrio del balcón vi el movimiento de algo colorido en el edificio de enfrente y en un santiamén mi vista pasó de perdida a curiosa.

Antes de seguir, quiero decir en mi defensa que cuando compré el departamento la vista daba al jardín de una casa enorme y preciosa que demolieron al mes. Mala suerte.

Sigo. 

Lo que se movía era una sábana. Una sábana que un señor sin remera sacudía sobre su cama.

El señor rondaría los cincuenta y tenía panza, bastante panza y además tenía guantes, esos de color amarillo que se usan para lavar los platos.

El cuarto se veía completamente desde mi balcón: el armario abierto, la ropa muy bien acomodada y la cama, obviamente.

El señor enguantado no podía dominar el vuelo de la tela y yo no podía dejar de mirar al hombre que en cueros y con guantes hacía su cama con la ventana totalmente abierta.

De pronto entró en la habitación una mujer de pelo largo y oscuro que rápidamente lo ayudó. Ella sostuvo la sábana de un lado, él del otro y al cabo de unos instantes estaban acomodando unos almohadones.

Mientras tanto, yo imaginaba que ella estaba enojada porque él tardaba mucho en hacer las cosas, que él estaba enojado por tener que hacerlas y que qué difícil la cuarentena, y cuando estaba a punto de dejar de mirar, ella se acercó a él y lo abrazó.

Se abrazaron. Se quedaron así un rato hasta que él se alejó lentamente y ella se quedó ahí, igual, mirándolo, mientras el señor gordito se quitaba los guantes, se acercaba a la ventana y cerraba las cortinas.


Tal vez nos gusta el miedo

Hoy escuché a algunos hablar sobre la ventana, la que está cerrada desde hace siglos. Decían que nadie, por lo menos los vivos, la habían visto abierta, pero sin embargo todos coincidían en que cuando pasan por ahí, no pueden evitar mirarla.

Decían que les atrae a pesar del miedo, porque se escuchan risas y también llantos desconsolados, y que si son de una persona o no y otra serie de especulaciones.

Lo cierto es que yo sé quién está detrás de la ventana y sé, además, que día y noche está en un sillón viejísimo viéndonos pasar.

Tiene el cabello muy largo y observa, entre las hendijas de la vieja persiana, a los curiosos del barrio. 

Los conoce a todos al dedillo, sabe los nombres de cada uno y también sus amoríos.

Algunos días se ríe a carcajadas y otra llora a moco y baba, porque a veces los que espían le dan risa y otras, tristeza.

Que cómo lo sé… porque cada tanto voy a acomodarle la extensa cabellera. Y esto es lo último que voy a decir: es tan larga, que está sólo a dos escalones de la calle.

Entiendo que tengan miedo, porque la gente que llora y la que ríe asusta e intriga un poco.

Y lo entiendo porque me pasó. Cuando éramos muy chicas, con mi hermana íbamos a clases de guitarra. De camino pasábamos por una casa donde todas las semanas escuchábamos a una mujer llorar a los gritos. 

Nos aterraba y corríamos, pero, así y todo, nunca cruzábamos la calle.

 


Qué es un cuento

Los cuentos son pequeñas historias, a veces disparatadas, otras veces serias o muy serias, de intriga ¡o de terror!
Por su naturaleza necesitan, desde que nacen, buscar donde vivir y crecer y, para no morir deben ser capaces de encontrar, a la brevedad, personas a las que les guste imaginar en todo momento: en una reunión de consorcio, en la cola de un supermercado, mientras preparan un asadito  o cuando apoyan la cabeza en la almohada. 
Tienen que ser de ese tipo de individuos que  prestan mucha atención a cada momento y a todas las cosas y que no dejan escapar, bajo ningún punto de vista, ni los instantes felices,  ni los ridículos, ni los inquietantes, ni los papelones y si pueden traducir los gestos de  los animales o escuchar a las plantas, muchísimo mejor.
Los cuentos, una vez que descubren a este tipo de personas viven abrazados de sus cuellos, o dentro de sus bolsillos, o sentados sobre sus anteojos, si usan anteojos, y así  pasan los días siendo una tranquila y simpática compañía.
Cuando surge una historia, los cuentos se desprenden solitos, inmediatamente,  como cuando madura una ciruela, y en forma de letras o de voces o de dibujos, porque los dibujos saben muy bien transportar cuentos, vuelan según los lleve el viento.
Así que señoras y señores, niños y niñas presten mucha atención, porque los cuentos suelen hacer cosquillas. Si ustedes tienen alguno que los esté abrazando, por favor, no lo abandonen ni por el trabajo, ni por la escuela, ni por nada, porque los cuentos, como todos, algún día necesitan volar.



Nunca

Nunca fui de vacaciones a Punta del Este. Fui a otros lugares de Uruguay, pero nunca veraneé en Punta del Este, por lo tanto, nunca me metí en ese mar, ni dormí en esa ciudad.  Tampoco conozco Disney, ni Miami.

Nunca fui a Nueva York, ni a sus bares de jazz, ni comí emparedados de albóndigas con salsa.

No tuve una compañera de colegio que haya saltado a la fama.

Nunca fui ordenada. Nunca fui a veranear a las playas de Europa, ni a bailar a Ibiza.

Hoy, me subí a un ascensor que tardó dos horas en llegar a planta baja. No estaba roto, ni iba lento, ni se detuvo, ni subió más gente; pero tardó dos horas. Bajaba y bajaba y bajaba y nunca terminaba de bajar. No es un sueño, me pasó esta tarde.

Pensé que iba a llegar al centro de la tierra, pero llegué a la planta baja y todo siguió normal: abrí la puerta del ascensor, caminé hacia la salida, fui hasta un quiosco, me compré un capuchino, me subí al auto, y previa parada por otro lugar, llegué a mi casa.

Nunca fui en velero a Colonia. 

En verano, nunca voy a reuniones ni asaditos en casas que tienen pileta. 

Yo nunca había vivido sola. 

Ahora vivo sola.

 


lunes, 3 de agosto de 2020

Lo que no puede faltar

No puede haber mañanas sin café con leche, ni atadeceres que nadie pueda disfrutar.

No puede haber despertares sin anhelos,  ni noches sin estar un rato en  soledad.

No puede haber una vida que no tenga amores, ni una con miedos si se busca libertad.

No puede haber despedidas sin palabras, ni personas sin historias que contar.

No pueden faltar algunas cosas en la vida, pero el resto, tal vez esté de más.


Espíritu Italiano

Mi hermana encontró una excusa mundial para hacer un grupo de Whatsapp con toda la familia.

Cuando digo toda la familia, no estoy exagerando para nada.

Están mis hermanos; ella, desde luego; todos sus hijos, mi hija, mi sobrinito y después una cantidad nunca vista de primos con sus esposas y primas con sus esposos. Están los hijos más grandes de mis primos, que ya tienen edad de tener celular, y tías, tíos y, por supuesto, mi mamá.

Nadie vaya a creer que mi hermana no lo intentó anteriormente, pero ahora con el encierro y el cuiqui nadie se atrevió a salir.

El grupo está activo las veinticuatro horas, porque algunos de mi familia están en otras partes del mundo, donde también están confinados.

Los primeros días el objetivo que se propuso mi hermana fue hacer llamadas de video. En todas estuvo ella y en algún momento de la charla, charla entre comillas, te sacaba una foto de esas que nunca quisieras que alguien viera.

No hay uno, pero uno solo, que haya salido un poquito bien: ojos cerrados, bocas con formas extrañas o papadas espantosas. 

Luego, finalizada la etapa de las llamadas compulsivas, el grupo evolucionó y los que tienen niños comenzaron a compartir videos: “Juli hace esto”, "Isa hace esto otro" y así.

Superada, aunque levemente esa etapa, se pasó a los juegos de mente: acertijos, preguntas y respuestas y todo, pero todo, muy festejado por mi hermana que es la administradora oficial.

Después de compartir las rutinas que se fueron desordenando, finalmente, y a esto quería llegar, se comenzaron a compartir recetas de cocina, que casi todas las responde quién: mi hermana.

Con el tema de la comida aparecieron las fotos de todo aquello que el total de mi familia se lleva a la boca, hasta de una sopa en una cacerola con cuatro o cinco verduritas. Todo es halagado amablemente, todo tiene su lado positivo.

Sin embargo, el nivel culinario fue ascendiendo entre cuatro a diez escalones por vez y entonces aparecieron los tutoriales. 

Los tutoriales, obviamente, los prepara mi hermana, que estudia para chef y hay que decirlo, son excelentes e incluyen el atuendo para la ocasión.

Ella es un verdadero cristal de masas, es a la familia lo que Los Borrachos del Tablón a la hinchada de River:  mi hermana no deja que el grupo decaiga en ningún momento.

Así, porque cumple al dedillo con su función, al grupo en su conjunto no le quedó otra que mejorar la presentación de desayunos, almuerzos, meriendas y cenas. Fotos, fotos y más fotos.

Hasta los niños decoran un plato con tres gajitos de naranja y algunas uvas.

Las tortas, que empezaron siendo modestos budincitos, fueron creciendo en tamaño y pasaron a ser tortones altísimos, con copos de crema, frutillas y una variedad increíble de adornos y dulces. 

Frente a esta competencia, que ya no se sabe dónde va a terminar, los halagos van y vienen y los antojos, ¡ni les cuento!

Si uno hace empanadas, casi todos hacen empanadas, si uno hace pizza casi todos hacen pizza.

Lo que me empieza a preocupar es que se viene la Pascua, y los planes son cada vez más ambiciosos. 

Estos, incluyen un huevo de Pascua gigante, que se romperá con las nubes y entonces bañará al mundo de confites enormes, como pelotas de fútbol, obviamente de chocolate, y alimentará a todo el planeta.

Además, parece que van a hacer trescientascuarentamil billones de trillones de roscas para lanzar desde un cohete espacial. Que las preparan con tanto amor, que terminarán con las guerras y les añadirán kilos y kilos de crema pastelera para acabar con el virus.

Yo creo que el espíritu italiano es capaz de todo, así que gente, miren el cielo, porque seguro que lo logran.

 


Llorar el Cansancio

No dormí. Casi no dormí. 

Estoy muy cansada, me dije, pero finalmente decidí levantarme.

Entonces me puse a trabajar, porque no pude resistirme más al insomnio.

Cuando estoy cansada lloro, en algún momento del día lloro, entonces antes de disponerme a llorar y para hacerlo muy bien, recurrí a los "consejos” (qué falta de respeto) de estos versos maravillosos de Oliverio Girondo , que recomiendo leer en voz alta.

 

Llorar a lágrima viva...

 

Llorar a lágrima viva.

Llorar a chorros.

Llorar la digestión.

Llorar el sueño.

Llorar ante las puertas y los puertos.

Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,

las compuertas del llanto.

Empaparnos el alma, la camiseta.

Inundar las veredas y los paseos,

y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología, llorando.

Festejar los cumpleaños familiares, llorando.

Atravesar el África, llorando.

Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...

si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos

no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo, pero llorarlo bien.

Llorarlo con la nariz, con las rodillas.

Llorarlo por el ombligo, por la boca.

Llorar de amor, de hastío, de alegría.

Llorar de frac, de flato, de flacura.

Llorar improvisando, de memoria.

¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

 


Hay algo que escribir

Hoy me desperté temprano, igual que ayer y anteayer.

Me desvelan curiosidades. Curiosidades por lo bello, pero anoche también me desveló cierta inquietud, que cada tanto me da suaves golpecitos en la cabeza. Yo intento correrla cada vez que comienza, como en un cuento que leí hace tanto, pero vuelve a la carga con sus suaves, aunque firmes golpecitos en la cabeza.

¡Hay algo que escribir!

El niño del piso de arriba sale todos los días al balcón. Con los aplausos de las nueve de la noche, el niño de cinco años se asoma y con una voz muy tierna, de niñito, anima al vecindario a aplaudir: ¡Ey! ¡Vamos! ¡Aplaudan! 

En el edificio de enfrente hay otros pequeños muchachitos que se fueron sumando a motivar el aplauso y así, en ese pedido de encuentro que hacen los niños a los adultos, se encontraron ellos. En medio de los aplausos se dijeron sus nombres: ¿Vos cómo te llamás? Yo vivo acá; Yo soy Matías y él es mi hermano y se llama Antonio.

Los niños, sin jardín, ahora hablan y juegan de día y de noche, de balcón a balcón.

Se llaman a los gritos: ¡¡¡Maty!!! Se cuentan cosas y se prometen, con ternura y esperanza, visitarse cuando todo esto acabe: ¡Yo voy a ir a tu casa a jugar y después ustedes vienen a la mía, yo vivo acá! Mi pequeño vecino de arriba siempre aclara: Yo vivo acá. 

Y los golpecitos siguen y hay que inventar, hay que inventar algo. 

Los árboles de mi balcón están apestados, no sé si es porque no les da el suficiente sol o porque la lluvia nunca los moja, o porque viven en macetas. Yo los estoy cuidando para que no sufran, me acerco a ellos y los baño con agua y con jabón.

Leí hace muy poquito una carta de Rilke: “La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables, suceden dentro de un recinto que nunca oyó palabra alguna”. La frase vibró en mí por simpatía, pues sigo pensando que hay algo que escribir. Escribir a la manera de cada quien: dibujando, pintando o como sea. 

Este tiempo que transcurre me parece similar al recinto del que habla Rilke: un suceder sin huellas.

 

Buenas noches mis queridos confinados.


Las glotonas

Mi hermana y yo fuimos a la Escuela N°3 Gral. Don José de San Martín de la ciudad de Moreno. Íbamos al turno mañana porque mi papá decía que la tarde era para los vagos. Sentencias de mi papá.

La escuela aún existe, aunque más deteriorada, como casi todo en esa ciudad, que ahora es más fea, muy pobre y  mucho más insegura.

En las aulas convivíamos niños con diferentes recursos económicos, por ejemplo: mi papá era fotógrafo, pero el papá de una compañera tenía campo, otro papá era médico y el papá de Pedro era recolector de residuos de la Municipalidad. El de Norbi era mecánico y así. Las mamás trabajaban en sus casas, excepto la madre de una compañera que era maestra.

Como en casi todas las escuelas, festejábamos tres cosas: los cumpleaños, el día de la primavera y fin del año.

Esos días eran especiales, aunque, estrictamente, lo único diferente al resto de los días era que no hacíamos tareas después del segundo recreo; que a veces teníamos permiso para sacarnos el guardapolvo y que llevábamos algo para compartir.

Las fiestas eran eso; sin embargo, en mi escuela pasaba algo particular. Nuestras maestras eran glotonas, pero glotonas glotonas, lo que generaba cierta tensión en nosotros, los alumnos.

Cada quien llevaba lo que podía compartir, lo cual no era un detalle menor para nuestro futuro inmediato.

Los días de fiesta tenían un momento particular: cuando desembolsábamos nuestros paquetes y los poníamos arriba del escritorio de la señorita. 

Todos juntos y amontonados nos acercábamos con nuestras cosas para dejarlas ahí, mientras la maestra observaba y controlaba, de brazos cruzados, el banquete. 

Ante cada cosa que apoyábamos sobre su escritorio, la glotomaestra sonreía, curioseando con cierto disimulo y luego, la cantidad de dientes que te mostraba era proporcional al tamaño del paquetito y a lo que éste prometía.

Una vez finalizada la entrega nos íbamos a sentar a nuestros pupitres y la "señorita" revisaba el interior de nuestras ofrendas haciendo comentarios muy entusiastas sobre algunos. Los que eran más elogiados recibían un felicitado a la brevedad.

Cuando los halagos no te tocaban, vos te preguntabas por tu vida. Por la falta de amor de tu mamá y tu papá que no te querían tanto como para entender, que lo que nos daban era mucho más que comida.

Después de la inspección, la señorita apartaba lo que había merecido un aplauso para el bolsillo de un padre o la batidora de una madre y separaba los indeseables. Nos decía que había que esperar hasta la última hora para festejar y escribía alguna tarea en el pizarrón. Todo el mundo se ponía a trabajar rápido con la ilusión de que el tiempo pasara velozmente y empezara la fiesta.

Entonces, cuando reinaba el silencio, la glotorita salía del salón abriendo la puerta con cuidado, se paraba en el umbral y profería una amenaza: "¡Ahora vuelvo! Si escucho a alguien hablar se suspende la fiesta y me llevo todo para mi casa. Miren que dejo abierto y escucho", y salía taconeando por los pasillos de la escuela.

Mientras no estaba, el silencio no era una opción, la charla comenzaba como un murmullo hasta transformarse en un griterío tremendo. Con las reglas se lanzaban bolitas de papel mojadas en saliva que iban a pegarse directamente al techo; nos reíamos exageradamente y se armaba un infierno de los mil demonios que no eran ni más ni menos que expresión de la libertad maestril.

Pasado un buen rato se escuchaban pasos y risas que se aproximaban, todos volvíamos a nuestros asientos y entonces llegaba la glotomaestra con otras glotomaestras, todas chochas de la vida. Entraban al aula con algarabía y se dirigían directo al botín que había sido delicadamente seleccionado. Lo miraban, sonreían, se relamían y felices, al tocar el timbre, se llevaban lo mejor: La mejor torta, los mejores sandwichitos, en fin, lo que fuera mejor. Literalmente nos robaban lo que era para todos.

Las glotomaestras festejaban sin disimulo y a cara descubierta el robo, mientras nosotros las observábamos partir.  Yo odiaba ese momento de felicidad que compartían entre ellas a costillas nuestras.

En la última hora, sólo comíamos lo que quedaba y la señorita, que a esa altura ya estaba pipona, decía:

"Compartan, compartan, hay que aprender a compartir".

Fui a la primaria entre 1973 y 1979. Creo que es probable que hayamos aprendido alguna otra cosita que lengua y matemática.


domingo, 2 de agosto de 2020

Cuenta esas gotas de lluvia

Little Girl Blue es una popular canción con música de Richard Rodgers y letra de Lorenz Hart, publicada en 1935. 
Se estrenó en Broadway con Gloria Grafton en el musical Jumbo que posteriormente interpretó Judy Garland.

Partecita de la letra:

..."Oh siéntate, y cuenta esas gotas de lluvia
¿Sientes que caen, oh cariño, a todo tu alrededor?
¿No sabes que ya es hora?
Siento que es hora,
De que alguien te diga, porque tienes que saberlo
Que todo aquello con lo que tengas que contar
O en lo que quieras apoyarte
Se sentirá igual que esas gotas de lluvia"

La música me sigue

El fin de semana quise hacer una mermelada y me salió una compota. Cuando la preparaba escuché Sugar de Maroon 5 y bailé, como se me dio la gana.

Después no quise hacer nada y me senté en un silloncito del living a eso: a estar, y estuve un rato en silencio y observé apenas algunas cosas.

Vi las estrellitas de vidrio que tengo colgadas en la puerta del balcón. 

Se movían muy lentas al tiempo de Both Sides Now de Joni Mitchell. Esas estrellas brillan de día y de noche.

Más lejos, una cortina que no es mía, se abría y cerraba dejando salir una línea de luz delgadísima y se mecía con Olhos Nos Olhos cantada por Rosa Passos.

Aún sentada en mi sillón vi el equipo de música que no funciona desde hace años ocupando un lugar en la biblioteca. 

Mi biblioteca estaba tan quieta y silenciosa como yo y toda mi casa.  Los sonidos que había escuchado todo el día, salvo excepciones, habían sido las palabras que leo y escribo y sólo suenan dentro de mí.

Después vi la pila de libros que fui construyendo sin querer sobre mi mesa roja, por esa costumbre de leer desordenadamente.

Arriba de la torre había un libro de Cortázar con su foto y escuché My Little Brown Book, de Duke Ellington.

La música me viene siguiendo desde hace un tiempo. Me doy vuelta, porque la escucho, y se esconde. ¿No es linda?

Por suerte, cuando me voy a la cama, tardísimo, la invito, se sienta en la silla que era de mi abuela Elena y se queda ahí hasta que me duermo. 

 


Crujir el Otoño

Es muy domingo este domingo: gris y mudo.

A pesar de la monotonía de estos días, hoy es un domingo con todas las letras y mi casa se volvió fría y yo sé el porqué.

Este domingo tan domingo...

Y las noches son diurnas 

y las mañanas se pierden de sueño.

Afuera, el otoño transcurre solo, entonces nada se sabe de las hojas amarillas y rojas que se acumulan en las veredas.

No se puede perder el sonido del otoño, ni las mañanas, ni la pluma.

En un extraño tiempo de abrazos prohibidos, alguien ayer y el sábado pasado y el anterior dijo: hay que abrazar y amar lo que se puede. 

Así que aquí estoy, en un domingo muy domingo preparándome para hacer crujir el otoño 

con mis zapatillas rojas.


Sobre el rosal de Graciela

Una amiga contó que a su rosal se le ocurrió florecer un día de junio. Qué lindo florecer así como así y cuando a una se le da la gana.

Los rosales florecen sobre todo en primavera. Algunos una sola vez y otros varias veces al año, hasta que llega el invierno.

Me pregunto: ¿qué hará brotar en mí la primavera?

Y en el verano: ¿qué florecerá?

El otoño esfuma los brillos, pero sus colores estuvieron siempre ahí. Tal vez nos muestre cómo realmente somos: más ocres.

De todos modos, está por llegar el invierno. 

 

Une amie a raconté que son rosier avait fleuri un jour en juin. Comme c'est beau de fleurir comme ça et quand on en a envie. 

Les rosiers fleurissent surtout au printemps. Certains une seule fois et d'autres plusieurs fois par an, jusqu'à l'arrivée de l'hiver. 

Je me demande ce que le printemps fera pousser en moi.

Et en été ce qui fleurira. 

L'automne fane les paillettes, mais ses couleurs ont toujours été là. Peut-être que cela nous montrera ce que nous sommes réellement: plus ocre. 

Quoi qu'il en soit, l'hiver est sur le point d'arriver.

 

Le agradezco la traducción con todo mi corazón a mi sobrinita parisina Charlotte Robinson.

 


Confinados

Me toca atravesar este tiempo estando sola.

Lo que no tenía previsto es que iba a estar sola en un tiempo de cuerpos planos.

Veo gente plana.

Creo que estamos estampados sobre una pantalla y algo del gesto, de nuestro gesto, se pierde en la máquina de la edición.

Los diálogos, la mayoría de las veces escritos, también se aplanan afectados por la posibilidad de modelarlos antes de ser enviados.

Mi cuerpo sólo tiene dimensión aquí donde estoy sentada y para mí.

La verdad, espero que en algunas cosas la vida siga siendo plana; pero en otras, esta planicie se está tornando un poco temblorosa. 

¿Cómo seré cuando me llene otra vez de aire, cuando las miradas sean redondas y los diálogos arrugados?

¿Saldré volando como un globo hasta el cielo y más allá?

Extraño el río.

Hay lugares a los que no quiero volver, hay lugares a los que sí y hay otros que quiero experimentar.

Creo que seré más verde, más blanca, más silenciosa. Probablemente, todavía más parecida a un bicho bolita, pero de algo estoy segura: no voy a ser igual, tal vez sea peor y hasta más torpe.

Hace un tiempo extrañaba a todas las que fui, pero la que soy ahora, acá sentada, no plana, puede ser que en algún tiempo también la extrañe, porque me gusta un poco más.

Amigos planos, les mando un abrazo lleno de desniveles y besos montañosos.

 

 


Lo que no se puede

Me gusta el ruido que hace el agua cuando entra en la pava vacía 

y el ruido de cuando la tapo

y de cuando la apoyo en una hornalla.

Me gusta el ruido del chispero.

Me gusta el ruido de la tostadora cuando hace saltar la tostada.

Me gusta el ruido que hace la alacena cuando la abro,

y el ruido de la ventana, cuando la abro. 

Las voy a abrir más, me dije hoy, porque me gustan sus ruidos.

Me gusta el ruido de la tecla de luz de la cocina

y también el de la teclita de la lucecita que tengo debajo de la alacenita.

Esa misma que hace un ruido muy lindo cuando la abro.

Me gusta mucho el ruido del tacho de basura cada vez que toco su pedal y se abre tan solícito.

Me gustan los ruidos de mi casa y el ronquido de mi perra.

¡Qué suerte que me gustan los ruidos de mi casa!

Porque no puedo escuchar el agua del río.

Ni las astas de los veleros campanillear

ni el concierto de ruidos de mi vieja bicicleta

ni puedo escuchar el murmullo de la gente en la entrada de mi cine favorito

ni cuando se afinan los instrumentos de una banda

ni cuando un actor sube a las tablas.

Todos esos ruidos y otros que son hasta mejores, no los puedo escuchar.

Se torna necesario, entonces, soñar este momento extraño.

Soñar el encierro, el desinfectante, la lavandina Ayudín, el alcohol y los barbijos

y entonces

Actuarlo

escribirlo

dibujarlo

musicalizarlo. 

 

Se torna necesario hacerlo existir.

 


Que se quede un poco más

Entraron en mi casa unas gaviotas, un viento loco y repentino, miles de granos de arena, las maderas de un camino, un arco iris y espumosas olas de un atardecer.

 

Espero que no se esfumen todavía, porque quiero mirar un rato más esos colores, caminar sobre la arena, recorrer el camino de maderas y escuchar el mar.

 

Ya sé que no es posible que mi pequeño verano no desaparezca, 

pero intentaré que se quede un tiempo más.


Los días que se olvidan

No recuerdo qué hice el 10 de julio de ningún año. Sí sé lo que hice ayer, que fue 10 de julio. Como llevarle el almuerzo a mi hija. Estaba preciosa y me convidó una "pasta de almendra sabor dulce de leche". 

También hablé por teléfono, me divertí y cociné. Trabajé; me armé ondas en el pelo con una remera de algodón, para evitar el frizz; leí; escuché una charla; le saqué fotos a mi enjambre de cables; escuché música italiana; cené y tomé más de un café.

Fue un día lleno de instantes felices que el año que viene no voy a recordar. Tampoco voy a recordar que no encontré un cuaderno que es muy importante, que no saqué a pasear a mi perra, que no me dediqué a limpiar y que no hice teatro.

Definitivamente, voy a tener memoria igual a cero de este agradable 10 de julio, porque los días comunes y corrientes, por más instantes de felicidad que hayan tenido, se olvidan.

El único 10 de julio que no recuerdo, pero que puedo imaginar, es el del año 1977.  Imagino que ese día estaba asustada y que hablé sin parar. Que seguro conté que el día anterior habían entrado a mi casa cuatro hombres encapuchados. 

Sí, supongo que con alguien debo haber hablado para explicarle que mientras tres de ellos revolvían y nos robaban todo, otro nos apuntaba con su revólver. 

Intuyo que ese día de julio también describí que uno de los ladrones se cubría la cara con una media de nylon y otro se tapaba hasta la nariz.

Posiblemente no paré de hablar del asalto: de cómo empezó y de qué manera terminó. 

Debo haber contado muchas veces sobre esos hombres que daban miedo y que nos robaron muchas cosas, incluyendo unos gamulanes que mis padres habían deseado mucho y se habían podido comprar unos días antes.

Seguro que mencioné que sólo a mí me pusieron un revólver en la cabeza y me tomaron del brazo derecho con fuerza. Seguro que dije que mientras sentía el frío del arma apoyada en mi sien me preguntaban: Gordita, ¿dónde guarda la plata tu papá?

Es muy posible que ese 10 de julio haya dicho que mi papá parecía que se iba a morir y que yo, "la miedosa de la familia" no lloré y jugué con mi muñeca para que nadie se enojara y mi papá no se muriera. 

Estoy convencida que debo haber relatado que después me empujaron sobre la cama y seguí jugando sin llorar y sonriendo.

Imagino que dije que cuando se fueron los ladrones nos encerraron a todos en el baño bajo llave.

Ese 10 de julio estoy muy segura de que me dediqué a narrar los hechos, tal cual sucedieron.

 


sábado, 1 de agosto de 2020

La Contadora de Cuentos

El sábado, una señora colgó en su balcón un cartel gigante que decía: "Mañana Gran Función Gran”, e invitó a los vecinos a escuchar cuentos que iba a leer desde ahí.

 De a poco, los vecinos leyeron el cartelón y la noticia fue corriendo de boca con barbijo a boca con barbijo, (porque decir tapabocas es muy feo) y se pusieron muy contentos, porque para el sábado tenían un plan.

 Tanto entusiasmo generó la noticia del evento, que el domingo madrugaron para iniciar los preparativos:  cocinaron tortas, bizcochitos y los más tristones de la cuarentena lavaron sus pantuflas e igual recibieron muchas felicitaciones.

 Luego, llegó la hora de arreglarse para la ocasión.  Dejaron los pijamas y las batas en los canastos de la ropa sucia; se dieron un buen baño, con cabeza y todo; se cepillaron el pelo y se cortaron las uñas. También se pusieron un poco de perfume y se emperifollaron chochos de la vida. Algunas mujeres aprovecharon para usar tacos y otros se envolvieron en frazadas, porque hacía mucho frío.

 Así, cada familia armó su platea con una mesita cerca, para colocar las macitas, las tacitas de café, los vasos con chocolatada y, por supuesto, el mate.

 La contadora de cuentos colgó en su balcón un telón color rojo, como en sus viejos tiempos, un reflector para que se la vea bien y un micrófono con un enorme parlante.

 La señora que regala cuentos tiene el cabello largo y plateado y se puso un vestido especial que había heredado de su abuela que también había sido contadora de cuentos. Era un vestido largo, larguísimo, hecho con muchísimos retacitos de tela de colores. Después, se pintó un poco los cachetes, los labios de rojo carmesí y a las cuatro en punto, un poco nerviosa, anunció, detrás del telón, que la función estaba por comenzar.

 La alegría estuvo presente y se notó desde que se ubicaban en sus balcones, pero ante el inminente comienzo, aumentó y se escuchaba a los niños cantando: ¡qué empiece! ¡qué empiece! 

 En el balcón-escenario había tres arbolitos a los costados y una banqueta alta en el medio (también conocida como bancón) pintada de color oro.

 A la hora exacta, la señora hizo sonar unos clarines, pidió que apaguen los celulares y que los guarden dentro de sus casas sin hacer trampa. 

Acto seguido se acomodó en su asiento dorado, respiró hondo, convocó a los duendes de los teatros, dijo el nombre de Pugliese tres veces y, finalmente, tiró de un piolín que abría el telón de par en par.

Ante sus ojos, la contadora de cuentos tenía como cuatrocientos cuatro palcos, entre ventanas y balconcitos, con niños, mamás, papás, abuelos y los solos y solas. Se emocionó y a pesar de que se le llenaron los ojos de lágrimas, como toda una profesional tomó su micrófono y dijo su primer... Había una vez...

Contó cuentos preciosos de niñas valientes, de hombres que vendían seda, de mensajes ultra secretos, de magos y de monstruos que habitaban los bolsillos. Contó historias de chicos enamorados y de amores exagerados, de una chica y su paraguas, de panaderos y de animales. Cuando terminó el público aplaudió a rabiar y tuvo que hacer varios bises.

La amable señora, de vestido colorido, estaba tan feliz como su vecindario y recogía las flores y los paquetes con bizcochitos caseros que llegaban a su balcón.

Finalmente, saludó con una gran reverencia, tomó otra vez el piolín para cerrar el telón y desapareció entre aplausos que se fueron apagando de a poco.

 Desde el domingo, niños y adultos se asoman a cada rato para ver si pronto habrá una nueva función.