Errando entre Palabras

martes, 4 de agosto de 2020

Situaciones de la Vida

Cuando era muy chica caminábamos con mi hermana una cuadra, desde el colegio hasta el negocio de mi papá.

Esperábamos hasta que cerrara, para ir a casa a almorzar. 

En ese tiempo, no había doble jornada de casi nada. De hecho, los domingos no estaban abiertos los negocios.  Eran domingos posta, y a la escuela, al menos en el oeste, se iba más con guardapolvo blanco, que con uniforme, y sólo estabas cuatro horas. El resto del tiempo, hacías la tarea y jugabas. 

Yo siempre jugué a la maestra y también a que me hacía rica fabricando señaladores, con papel de plano y dibujos de Sarah Kay. 

Más adelante, después de insistir todo lo que fui capaz, que no fue poco, tal como ahora, iba un par de tardes por semana a estudiar piano.

—¡Que quiero estudiar piano, que quiero estudiar piano, que quiero estudiar piano! 

—Va a pasar como con tus tías, que nunca más lo volvieron a tocar.

—¡Que nunca voy a dejar, que nunca voy a dejar! —prometía, pero me fui zafando con eso de ser musicoterapeuta y lo dejé. Y después zafé de la musicoterapia, con la psicología. Al fin, tengo dos títulos no más que por zafar, pero fui a la facultad, que sí quería. Quería tomarme el Sarmiento con libros y volar. El vuelo fue un poco corto al principio. Pero esa es otra historia.

Sigo. Como no tenía piano, iba un día a la clase con Magda, la profesora y otro día a estudiar a su casa, solísima, en un cuartito que odiaba. Me tomaba "el Sáenz Peña" y después caminaba como ocho cuadras. Un verdadero sacrificio a esa edad para sostener la promesa que había hecho: "nunca voy a dejar". Años más tarde, un día llegué del cole y había un piano para mí en el living de casa. Qué emoción. A esa altura, ya éramos cinco hermanos: mi hermana, yo, Vicente, Claudito y César. Miles de hermanos de diferentes generaciones de misma madre y mismo padre. La gente no se separaba como ahora. Por suerte, muchísimo más adelante, cuando yo me casé, sí.

Volviendo a cuando éramos sólo mi hermana y yo, a veces, a la salida del cole, mi papá tenía que ir al banco y nos dejaba mucho tiempo esperando en el auto. “¡Ya vuelvo!”, decía, y corría al banco.

Lo veíamos entrar apurado, pero siempre se demoraba muchísimo. No tengo idea cuánto, pero se hacía eterno. No es necesario hacer un esfuerzo para recordarme a mí misma apoyando el mentón en el asiento del auto con la mirada clavada en la puerta del banco. Cuando finalmente mi papá salía y volvía al auto, yo lloraba de la furia de haber tenido que esperar tanto tiempo.  

Mi papá se encontraba con gente y se ponía a charlar, estoy segura. Iba y venía corriendo y le sonaban las llaves que colgaban de su cinturón, como un sonajero. Ese era el sonido de mi papá. Me parece que mi mamá le decía San Pedro. Mi mamá convocaba mucho a San Pedro y a Manolo, que tenía que bajar para darle paciencia. No sé quién era ese tal Manolo, pero miraba al cielo y decía: ¡Ay Manolo!  ¡¡Bajá!! 

Para mí que mi papá se mandaba la parte con el apuro y la preocupación de habernos hecho esperar, porque le encantaba charlar. De qué, ni idea, pero siempre habló mucho, hasta que un día dejaron de salirle las palabras. Bueno, eso no fue hace tanto y es otra historia. Más triste.

Mi papá dejaba el auto mal estacionado en la plaza Mariano Moreno desde donde se veía la típica estructura de una ciudad de provincia: el banco, la municipalidad, la iglesia, la tintorería del japonés, obvio, las tintorerías eran sólo de japoneses; la librería de la esquina, la carnicería donde una vez  se filmó una película de Isabel Sarli (gran evento: ¡la vi!, ¡la vi!), la verdulería, las paradas de colectivos y la estación del tren. 

A mi papá lo conocía y aún lo conoce, mucha gente. En Moreno es Carlitos, el fotógrafo. Tengo la loca idea de que la ciudad lo extraña. 

Mi viejo sabía quién vivía en cada casa de Moreno. Si no les había sacado las fotos del casamiento, les había sacado las fotos del bautismo o de la comunión. 

En Moreno, yo era la hija de Carlitos.

Hoy, ahora y acá, eso que es un recuerdo, es un recuerdo.


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