Ayer salí de casa y caminé atravesando septiembre: la calidez del sol, el aire amable y la sensación de libertad de cualquier primavera.
Regresé montada en un noviembre, rápido. Corrí seis cuadras con campera y bufanda para volver a casa y prepararlo todo.
Llegué en enero: en una interminable actividad de ir, venir, subir, bajar, hablar, mirar.
A la noche, perdí mi verano en mi torpeza y caí otra vez en pleno julio.
Y en ese repentino demasiado invierno, sentí la tristeza del otoño, que se pone ocre y no tiene destellos, sólo lluvias.