Errando entre Palabras

martes, 29 de diciembre de 2020

Me gustó este año





Este año tuve un comienzo  soleado: lleno de arena, de viento y labios rojos. 

Un comienzo de mar, de trazos únicos que aún me dibujan y me llevan de aquí para allá, 
entre líneas rectas, y curvas
y millones de puntitos que vuelan por el aire.

Un año que prendió en mí un fuego que atizó con palabras, con letras: sin voces, ni miradas.
Y me resisto a que ese ímpetu desaparezca: lo dejo flotar y que se pose donde quiera, y donde lo reciban con su misma pasión.

Este año encerró la cotidianeidad,  y nos quedamos afuera, medio perdidos y asustados. 

Fue momento de sacar el plumero y quitarle el polvillo a los deseos. 
Y entonces, surgieron besos demorados y sabores mágicos, que tal vez sean parte del mejor recuerdo.

Este año confinó trabajos, jjardines y escuelas.
Le quitó el sentido a los caminos y confinó, en algunos casos, lo que está muy bien que permaneza encerrado, pues no vale la pena. 

Yo sostuve con insomnios escritos e inventados,  lo que no pude ni podré confinar y resistí con pequeñas y  desordenadas lecturas, que fueron miles; buscando sinónimos y significados.

Apesar del encierro del mundo que cada quien habita,  encontré otro en lugares diferentes.
Recorrí diálogos verdaderos, amables, divertidos, sonrientes. 

Escuché. 
Amé. 
Escribí.
Leí. 
Hablé. 

Soy egoísta,
 y rara.
Me encantó este año.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Con la Voz Quebrada




Tres veces por día da vueltas a la manzana.
Tres veces por día da varias vueltas.
Hace tres meses.
Varias vueltas en cada ocasión.

Camina rápido rápido rápido
y cambia de dirección
sin previo aviso
sin luz de freno 
sin poner el giro.

El señor que da vueltas a la manzana y camina rápido y de pronto gira sobre sí mismo para ir en otro sentido, habla, habla y habla y casi no se entiende lo que dice, aunque en realidad grita. 

Va tan rápido y mirando sólo sus palabras, que no parece estar dispuesto a detenerse ante nadie, pero las personas le abren paso apenas lo ven acercarse.

Todos observan intensamente al señor que camina. Lo miran con espanto,  con curiosidad y sólo algunos con ternura.

Recorre las cuadras con zapatos de suela color marrón, un pantalón de vestir venido a menos  y una camisa blanca, que de tan vieja es casi transparente.

Aseguran que es igualito a un Juan Carlos, pero nadie sabe a cuál.

No conocen su nombre, pero no les importa, porque le dicen Juan Carlos y se niegan rotundamente a conocer su verdadera gracia. 

Si algún distraído dice saber cómo se llama, todos se tapan los oídos y canturrean para ensordecerse y así quedarse con su idea, que siempre es preferible a la verdad.

En la cola de la verdulería se dijo que el señor está loco, pero el doctor de la cuadra, como casi todos los doctores, dijo las cosas como son y explicó que se trata de un hombre de otro planeta y punto, no dijo nada más. No aclaró si estaba usando simplemente una expresión.

A partir de esa sentencia, para algunos pasó a ser un extraterrestre, como hay en tantos lugares, y para otros, simplemente una persona fuera de serie. 

El hecho que hubiera dos interpretaciones diferentes sobre un único decir fue tan raro, pero tan raro, que es motivo de investigación entre cinéfilos, científicos y sentimentales. 

Al señor pseudo Juan Carlos, un día se le entendió la palabra "infancia" y las doscientas psicólogas que viven en el edificio azul; doscientas dos para ser más precisa; sospechan que alguna lo analiza de manera remota. De ventana a ventana las psicólogas se profieren Insultos llenos de ajaes y ejees y por esos berrinches, casi siempre alguien llama al psiquiatra, que a esta altura también teme ser agredido y del susto, hace días que no quiere salir de su casa.

En general, todas las conclusiones, acerca del señor que camina y habla rápido, nacen en la fila de la verdulería, y el verdulero no da más. Parece que el corazón le latió tan fuerte que le

saltó

por la boca y así, descorazonado, le revolea tomates a cualquiera que le diga que prefiere las frutas así o asao.

El señor que da vueltastresvecespordíalamanzana genera peleas entre los vecinos, que están muy ocupados pensando en su vida; en la vida del famoso señor.

Estas discusiones tuvieron consecuencias graves, como la muerte simultánea de los cinco contadores públicos que vivían en una de las cuadras. Ellos se batieron a duelo de revólver, porque todos diferían en el cálculo sobre la cantidad de pasos que hacía en cada vuelta, el hombre caminador. Se dispararon todos a la vez y murieron en la puerta de la fábrica de pastas.

Así se suceden los días en la manzana que está frente a mi casa.

En Nochebuena, cerca de las doce salí a caminar; cuando crucé la calle me encontré con el señor parecido a un Juan Carlos y por primera vez lo vi detenerse.

Se paró en el cordón de la vereda, miró hacia el frente y gritó:

_¡A todos los que me están escuchando les quiero agradecer. A todos los que me están escuchando les quiero agradecer de corazón. A todos los que me están escuchado..."

Yo seguí caminando lentamente, pero noté que mientras el señor daba las gracias con la mirada fija en la vereda de enfrente, su voz se iba quebrando.

Lo entendí.

jueves, 24 de diciembre de 2020

La Casa-Molino


Hoy lo vi a mi papá acostado en su cama. En la suya, en la cama de su casa. Era muy tarde y miraba la tele, como antes, como lo hizo siempre y en ese instante el tiempo se transformó en algo injusto, y yo desaparecí por unos minutos de este mundo, para caer en el de antes, en el  que fue.

Sin ninguna razón me acordé de la calle Emilio Mitre. Una calle de la ciudad de Moreno que empieza en la estación de bomberos y termina en el puente que cruza el Río Reconquista. Nunca conocí el otro lado del puente, pero lo teníamos prohibido porque era el lado peligroso de la vida.

Esa calle era el camino más directo para ir a visitar a mi abuela Elena, pero además, yendo por ella se pasaba por una casa con forma de molino: "La casa-molino". 

En ese momento la recordé perfectamente: era oscura, de madera y con enormes astas que se erguían en una calle que ni fu, ni fa; de una ciudad que ni fu ni fa.

La casa-molino era cónica, como son los molinos y eso siempre me generó una intriga enorme, porque no podía imaginar como se vivía entre esas paredes. Suponía a sus habitantes girando en redondo, todo el tiempo mareados, dando vueltas. Recordé que mi papá me había dicho que conocía a los dueños, y que la señora se había vuelto loca. Y claro, como para no estarlo, si se pasaba todos los días girando.

La casa- molino estaba cerca de la de un amigo de mi papá. No recuerdo su nombre, pero el apellido era Russo. Russo tenía dos hijas, una se llamaba Cecilia y yo la adoraba. Cecilia era más grande que yo y en su casa tenía un altillo. Un altillo con cuartos sólo destinados para jugar.

No sé si fui más de una vez, pero ese día, Cecilia y yo, y seguramente mi hermana, subimos una escalera y entramos a ese lugar maravilloso. Había muñecas, baúles con disfraces, camitas, cacharritos de cocina y ni un adulto. 

La casa de los Russo estaban muy cerca de la del molino y durante muchos tiempo, cada vez que pasábamos en el auto por ahí, sentada detrás de mi papá, yo gritaba hasta quedarme sin voz pidíendole que doblara y me llevara a jugar a la casita. _"¡¡¡Doblá, doblá, doblá!!!"

Mi infancia: una suerte de capricho tras otro. Es que nunca fui una piedra, como dice un poeta. "Yo nunca seré una piedra, gritaré cuando haga falta"

Por suerte, con lo enojoso que era mi papá, recuerdo que a él le daba risa mi empecinamiento.


Año 2017

domingo, 20 de diciembre de 2020

El viento frío



Anoche, mientras escribía en la cama sentí el viento frío que entraba por mi ventana. Me gusta sentir frío.

Intentaba avanzar en un relato, pero no pude y me puse a editar lo que ya estaba escrito. No es bueno hacer eso.
La noche anterior tampoco había podido avanzar y me grabé. Me pareció divertido.
A veces, cuando me escucho, sonrío orgullosa, pero otras, siento vergüenza y aparece una sonrisa que busca mi piedad y que dejo inmóvil, silenciosa y colorada. No tengo compasión conmigo.

_"Ante todo hay que avergonzarse", decía mi papá. Avergonzarse y avisarle al mundo entero que uno es tonto, antes de que se den cuenta.

Mi impiedad tiene caras, aunque algunas estén muertas. Es como una sanguijuela que chupa mi propia música.

Estos días se escuchan fiestas por mi barrio. Firmo y sello que son sin distancia social, ni barbijo, ni nada.

Apagué la luz y apoyé la cabeza en mi almohada. Quedé a oscuras y  tuve que levantarme inmediatamente. Entonces fui a la biblioteca y busqué un libro para entrar, al menos por un rato, en otro mundo. Hice otra vez la torre de almohadas, me volví a sentar en la cama y leí "Corazón Delator" de Edgar Allan Poe. No me concentré porque sabía que pronto estaría otra vez a oscuras, sola.
Pensé en leer alguna prosa acunadora de Wislawa, pero sentí  que había mil kilómetros hasta el living.

Me arrodillé en la cama, apoyé mi frente en el colchón y estiré bien lejos mis brazos. Me quedé así un rato, respirando. No me relajé.

La música de las fiestas no cesaba. Toda la semana soporté el ruido de una construcción que hay a unos metros de mi casa y el ruido de todas las familias, con sus ventanas abiertas de verano. 

En esta época del año suelo recordar al silencio, los pájaros y el mugido de las vacas que me chusmeaban por el alambrado de mi vieja casa.  Viví ahí hasta dos mil seis. Ese año me mudé. Me mudé de muchas cosas.

La imagen de las vacas mirándome del otro lado de la ligustrina me llenó de ternura. De pronto extrañé todo: las lechuzas, los teros y su mal humor, el olor a pasto recién cortado.
No extrañé la infelicidad, pero sí cierta seguridad, que desde entonces depende de mí. 
Las cosas no resultan como uno las imagina. El mundo que forma parte de mi mundo es muy pequeño. 

Al final, me levanté de la cama y me hice un té. Lo tomé a oscuras sentada en un sillón mirando las lucecitas que puse en el balcón. Este año voy a pasar la Noche Buena caminando por el medio de la calle, sola y con un vestido largo.

Volví a la cama, apagué la luz y miré mi celular. Con la luz del teléfono vi otra realidad: no hay nada dedicado especialmente para mí. 
Me puse triste y las preguntas se dispararon como perdigones mientras me caían unas lágrimas. Mis cuestionamientos con sus infinitas palabras, con sus letras, sus sonidos y sus sentidos termiron haciendo de ovejitas y me dormí. 

Hoy me desperté angustiada, pero sólo por dormir mucho.
Dormir mucho no me hace bien.

Y no logro desde anoche recordar el nombre de los que ahorcaban o les cortaban la cabeza a las personas en las plazas.


martes, 8 de diciembre de 2020

Mirar de Nuevo

 Quiero saber…¿Por qué tantas preguntas? ¿Por qué las dudas? Tu poesía es bella. Es  amarilla, es roja, es azul. 

Y tu puerta… ¿es de metal o de madera? Creo que tienes que dejarla abierta, yo, abriré la mía.

Es bueno mezclarse entre la gente. Sentémonos en una plaza, en un café… ¡caminemos!

Tú tienes una mirada necesaria. Vayamos y cuéntame qué ves.

Estoy segura que observas el silencio, y lo oscuro también.

Cerrar la puerta es encerrar los sentidos, y más allá, existen mundos a inventar.

Tú lenguaje canta, no te quedes. Recuerda el tiempo en que vagabas por ahí.

¡Abre tu puerta!

Encontrémonos afuera.

Enséñame a mirar.


Ceci Labate

(En un diálogo con Edgar Bayley!




sábado, 5 de diciembre de 2020

Un árbol en invierno



Hay bosque porque hay árboles. Porque  hay altos,  porque hay densos y hay livianos.

Algunos, exasperantemente en orden, otros, en un tranquilo desorden. 

Son la finita eternidad del tiempo que surge desde abajo de la tierra, sin planearse

Pero cuando llega la noche, hay un árbol, uno, que no sabe protegerse cuando lo cubre el frío de la helada.

Uno, infinitamente quieto que acelera sus venas cuando tiembla por dentro.

La inquietud de un árbol en invierno, que nunca podrá escaparse, aunque muera de miedo.

Porque es sólo un árbol en medio de un bosque y sólo eso. 





miércoles, 2 de diciembre de 2020

Un caballero


 Un caballero, con traje, sombrero, bastón, pañuelo en el bolsillo y  jazmines, descendió  sorpresivamente del tren del tiempo. Caminó lentamente atravesando la plaza y se esfumó en el beso que le dio a su amada.