Errando entre Palabras

sábado, 24 de abril de 2021

Rebelarse


Y cuando todos los árboles fueron cortados, los pájaros perdieron sus nidos, la tierra su sombra, el paisaje su belleza, las personas su aire puro.

Y fueron los pájaros los primeros en rebelarse: tomaron las semillas que guardaban los frutos y las esparcieron.

Pronto crecieron pequeñísimos árboles por todas partes 

y miles y millones de personas los  encontraron en sus macetas, entre las grietas de viejas paredes, en la tierra acumulada de balcones en desuso.

La atracción entre esos brotes y las personas fue tal, que no  pudieron hacer otra cosa más que sacarlos de esos rincones y plantarlos en sus jardines o en sus veredas

Así, se multiplicaron por millones. 

Eso sucede cada vez que un solo hombre tala un solo árbol.

Ceci Labate

viernes, 23 de abril de 2021

A veces


A veces voy a mi casa, la de mi mamá. Hoy fui. La casa de mi mamá está en el Oeste, así, escrito con mayúscula. 

Ahí están las escuelas a las que fui, las casas en las que viví. En Moreno viven tres de mis hermanos y mis tías y mis primos y hasta esta madrugada vivía mi tío Carlitos, que agarró y se fue. Se fue mi enérgico, alborotado e inquieto tío Carlitos.

Hoy vi mi casa, la vi de costado, por la única calle de tierra que queda sin asfaltar. 

Me senté con mi mamá en el jardín, donde crece una casuarina que sembraron ella y mi hermano menor.

Hablamos de mi tío, su hermano. Mi mamá lloraba. Me contó que "al final", mi tío lo quiso a mi papá.

Lo recordamos canchero, "a la moda", malcriado. 

Mi mamá estaba chiquita, siempre fue pequeña y por eso la llaman Pichi, pero cuando está muy triste, es más chiquita aún.  Estaba linda y despeinada.

No tomamos mate, porque no se puede, pero nos abrazamos por "la nuca", me dijo.

El costado de mi casa se veía impecablemente blanco y las enredaderas prolijísimas.  Desde la calle de tierra vi la ventana de mi cuarto. Frené, retrocedí unos metros y le saqué una foto a ese lado del tiempo que pasó y aún está. 

La casuarina, que crece en el jardín de mi mamá, nació en el balcón. Un balcón que asoma de la habitación que  construyó mi papá, cuando casi todos nos estábamos yendo. 

El barrio está  igual, en el medio, no sé de qué, pero está en el medio.

La casa está igual, aunque cambió la luz cuando alguien mató toda la hilera de  casuarinas añosas y altísimas de la cuadra. Eran así de grandes cuando  nos mudamos a esa casa, en algún año de la década del setenta. 

Muchos ya no están, ni van a pasar con su Mazda rojo tocando la bocina a toda velocidad. Mi tío Carlitos cuando iba a la casa de mis abuelos, pasaba y nos saluda a los bocinazos.

Me inquieté, me senté y me paré, como una loca, varias veces. 

Me inquieto cuando no puedo llorar.

El mundo gira y se aleja volando. Cada tanto hace eso. Yo siento como se mueve y también me muevo, hago otras cosas, cosas nuevas, nuevísimas.

La mesa de mi departamento hasta hoy tuvo un vidrio protector, porque para mí las mesas llevaban vidrio. Esa idea hoy también se fue, se la llevó el encargado.

El pasto estaba corto y había mosquitos. El sol iluminaba como lo hace en otoño. Todo estaba ocre y silencioso.

Antes de volver le hice unos mimos a mi mamá en su espalda, chiquita.