Errando entre Palabras

viernes, 23 de abril de 2021

A veces


A veces voy a mi casa, la de mi mamá. Hoy fui. La casa de mi mamá está en el Oeste, así, escrito con mayúscula. 

Ahí están las escuelas a las que fui, las casas en las que viví. En Moreno viven tres de mis hermanos y mis tías y mis primos y hasta esta madrugada vivía mi tío Carlitos, que agarró y se fue. Se fue mi enérgico, alborotado e inquieto tío Carlitos.

Hoy vi mi casa, la vi de costado, por la única calle de tierra que queda sin asfaltar. 

Me senté con mi mamá en el jardín, donde crece una casuarina que sembraron ella y mi hermano menor.

Hablamos de mi tío, su hermano. Mi mamá lloraba. Me contó que "al final", mi tío lo quiso a mi papá.

Lo recordamos canchero, "a la moda", malcriado. 

Mi mamá estaba chiquita, siempre fue pequeña y por eso la llaman Pichi, pero cuando está muy triste, es más chiquita aún.  Estaba linda y despeinada.

No tomamos mate, porque no se puede, pero nos abrazamos por "la nuca", me dijo.

El costado de mi casa se veía impecablemente blanco y las enredaderas prolijísimas.  Desde la calle de tierra vi la ventana de mi cuarto. Frené, retrocedí unos metros y le saqué una foto a ese lado del tiempo que pasó y aún está. 

La casuarina, que crece en el jardín de mi mamá, nació en el balcón. Un balcón que asoma de la habitación que  construyó mi papá, cuando casi todos nos estábamos yendo. 

El barrio está  igual, en el medio, no sé de qué, pero está en el medio.

La casa está igual, aunque cambió la luz cuando alguien mató toda la hilera de  casuarinas añosas y altísimas de la cuadra. Eran así de grandes cuando  nos mudamos a esa casa, en algún año de la década del setenta. 

Muchos ya no están, ni van a pasar con su Mazda rojo tocando la bocina a toda velocidad. Mi tío Carlitos cuando iba a la casa de mis abuelos, pasaba y nos saluda a los bocinazos.

Me inquieté, me senté y me paré, como una loca, varias veces. 

Me inquieto cuando no puedo llorar.

El mundo gira y se aleja volando. Cada tanto hace eso. Yo siento como se mueve y también me muevo, hago otras cosas, cosas nuevas, nuevísimas.

La mesa de mi departamento hasta hoy tuvo un vidrio protector, porque para mí las mesas llevaban vidrio. Esa idea hoy también se fue, se la llevó el encargado.

El pasto estaba corto y había mosquitos. El sol iluminaba como lo hace en otoño. Todo estaba ocre y silencioso.

Antes de volver le hice unos mimos a mi mamá en su espalda, chiquita.

5 comentarios:

  1. Es tan íntimo y emotivo que mejor no digo nada más.

    Un abrazo gigante.

    ResponderBorrar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderBorrar
  3. Tan intimista este relato. Me ha dado gusto leer algunos textos de tu blog, Cecilia, gracias por compartir.
    Mi abrazo
    Analía

    ResponderBorrar
  4. Gracias a usted Analía por leerlos.
    Un abrazo!
    Cecilia



    ResponderBorrar