Errando entre Palabras

jueves, 24 de diciembre de 2020

La Casa-Molino


Hoy lo vi a mi papá acostado en su cama. En la suya, en la cama de su casa. Era muy tarde y miraba la tele, como antes, como lo hizo siempre y en ese instante el tiempo se transformó en algo injusto, y yo desaparecí por unos minutos de este mundo, para caer en el de antes, en el  que fue.

Sin ninguna razón me acordé de la calle Emilio Mitre. Una calle de la ciudad de Moreno que empieza en la estación de bomberos y termina en el puente que cruza el Río Reconquista. Nunca conocí el otro lado del puente, pero lo teníamos prohibido porque era el lado peligroso de la vida.

Esa calle era el camino más directo para ir a visitar a mi abuela Elena, pero además, yendo por ella se pasaba por una casa con forma de molino: "La casa-molino". 

En ese momento la recordé perfectamente: era oscura, de madera y con enormes astas que se erguían en una calle que ni fu, ni fa; de una ciudad que ni fu ni fa.

La casa-molino era cónica, como son los molinos y eso siempre me generó una intriga enorme, porque no podía imaginar como se vivía entre esas paredes. Suponía a sus habitantes girando en redondo, todo el tiempo mareados, dando vueltas. Recordé que mi papá me había dicho que conocía a los dueños, y que la señora se había vuelto loca. Y claro, como para no estarlo, si se pasaba todos los días girando.

La casa- molino estaba cerca de la de un amigo de mi papá. No recuerdo su nombre, pero el apellido era Russo. Russo tenía dos hijas, una se llamaba Cecilia y yo la adoraba. Cecilia era más grande que yo y en su casa tenía un altillo. Un altillo con cuartos sólo destinados para jugar.

No sé si fui más de una vez, pero ese día, Cecilia y yo, y seguramente mi hermana, subimos una escalera y entramos a ese lugar maravilloso. Había muñecas, baúles con disfraces, camitas, cacharritos de cocina y ni un adulto. 

La casa de los Russo estaban muy cerca de la del molino y durante muchos tiempo, cada vez que pasábamos en el auto por ahí, sentada detrás de mi papá, yo gritaba hasta quedarme sin voz pidíendole que doblara y me llevara a jugar a la casita. _"¡¡¡Doblá, doblá, doblá!!!"

Mi infancia: una suerte de capricho tras otro. Es que nunca fui una piedra, como dice un poeta. "Yo nunca seré una piedra, gritaré cuando haga falta"

Por suerte, con lo enojoso que era mi papá, recuerdo que a él le daba risa mi empecinamiento.


Año 2017

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