Errando entre Palabras

domingo, 20 de diciembre de 2020

El viento frío



Anoche, mientras escribía en la cama sentí el viento frío que entraba por mi ventana. Me gusta sentir frío.

Intentaba avanzar en un relato, pero no pude y me puse a editar lo que ya estaba escrito. No es bueno hacer eso.
La noche anterior tampoco había podido avanzar y me grabé. Me pareció divertido.
A veces, cuando me escucho, sonrío orgullosa, pero otras, siento vergüenza y aparece una sonrisa que busca mi piedad y que dejo inmóvil, silenciosa y colorada. No tengo compasión conmigo.

_"Ante todo hay que avergonzarse", decía mi papá. Avergonzarse y avisarle al mundo entero que uno es tonto, antes de que se den cuenta.

Mi impiedad tiene caras, aunque algunas estén muertas. Es como una sanguijuela que chupa mi propia música.

Estos días se escuchan fiestas por mi barrio. Firmo y sello que son sin distancia social, ni barbijo, ni nada.

Apagué la luz y apoyé la cabeza en mi almohada. Quedé a oscuras y  tuve que levantarme inmediatamente. Entonces fui a la biblioteca y busqué un libro para entrar, al menos por un rato, en otro mundo. Hice otra vez la torre de almohadas, me volví a sentar en la cama y leí "Corazón Delator" de Edgar Allan Poe. No me concentré porque sabía que pronto estaría otra vez a oscuras, sola.
Pensé en leer alguna prosa acunadora de Wislawa, pero sentí  que había mil kilómetros hasta el living.

Me arrodillé en la cama, apoyé mi frente en el colchón y estiré bien lejos mis brazos. Me quedé así un rato, respirando. No me relajé.

La música de las fiestas no cesaba. Toda la semana soporté el ruido de una construcción que hay a unos metros de mi casa y el ruido de todas las familias, con sus ventanas abiertas de verano. 

En esta época del año suelo recordar al silencio, los pájaros y el mugido de las vacas que me chusmeaban por el alambrado de mi vieja casa.  Viví ahí hasta dos mil seis. Ese año me mudé. Me mudé de muchas cosas.

La imagen de las vacas mirándome del otro lado de la ligustrina me llenó de ternura. De pronto extrañé todo: las lechuzas, los teros y su mal humor, el olor a pasto recién cortado.
No extrañé la infelicidad, pero sí cierta seguridad, que desde entonces depende de mí. 
Las cosas no resultan como uno las imagina. El mundo que forma parte de mi mundo es muy pequeño. 

Al final, me levanté de la cama y me hice un té. Lo tomé a oscuras sentada en un sillón mirando las lucecitas que puse en el balcón. Este año voy a pasar la Noche Buena caminando por el medio de la calle, sola y con un vestido largo.

Volví a la cama, apagué la luz y miré mi celular. Con la luz del teléfono vi otra realidad: no hay nada dedicado especialmente para mí. 
Me puse triste y las preguntas se dispararon como perdigones mientras me caían unas lágrimas. Mis cuestionamientos con sus infinitas palabras, con sus letras, sus sonidos y sus sentidos termiron haciendo de ovejitas y me dormí. 

Hoy me desperté angustiada, pero sólo por dormir mucho.
Dormir mucho no me hace bien.

Y no logro desde anoche recordar el nombre de los que ahorcaban o les cortaban la cabeza a las personas en las plazas.


4 comentarios:

  1. Que dulce eres
    me encantan tus escritos
    simples y cotidianos
    felicidades y un abrazo

    ResponderBorrar
  2. Gracias Mucha! Me encanta que te pases por acá de tanto en tanto. Yo también visito tu blog tan lleno de coraje y de libertad!

    ResponderBorrar
  3. Vengo a desearte una hermosa y de3liz Navidad!! Besos

    ResponderBorrar