Errando entre Palabras

martes, 4 de agosto de 2020

Un títere para cada cuento





Los otros días quise regalar mis títeres porque sólo están ahí, todos juntos y amuchados y sólo de vez en cuando los miro un rato o se los muestro a alguien. (Pobre el alguien de turno, no le debe interesar ni un poco.) 

Tampoco son una maravilla.  Son comunes y corrientes, comprados en distintas ferias de aquí y de allá.

La cosa fue que en el preciso momento en el que estaba dispuesta a llevárselos a unos niños, no pude.

Bajé el bolso del placard, saqué uno por uno y los vi.  Son tan lindos con sus vestiditos, tan graciosos y prometedores, que al final se quedaron en casa, porque un títere es la promesa de algo lindo. 

Hoy, paseando por la feria de la plaza de Olivos, mientras todos saludaban a mi perra vi un puesto de títeres.

¡Títeres de dedo!

La señora que los hace me contó, así porque sí, que fue directora de un jardín de infantes y que cuando se jubiló el médico le dijo que buscara qué hacer después de tantos años de trabajar y al final se le ocurrió hacer títeres.

Muy amable la titiritera, pero la recomendación de su médico debe haber sido por esa mirada tristona.

Me mostró cada uno de los personajes que creó y me explicó a qué cuento pertenecía cada uno.

En una bolsita de tul guarda los de una misma historia y ahí están los titerecitos, felices y contentos esperando que alguien los haga hablar.

Yo me compré un pequeña Frida.

Jubilarse puede ser una gran oportunidad.

 


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