Errando entre Palabras

lunes, 10 de agosto de 2020

Un día de febrero en la playa


Hoy el mar no estaba de humor. Se lo pasó revoleando gente sin importar ni edad ni género.

Quedaba claro que no había que intentarlo porque se salía herido o desnudo.

No obstante, hubo personas que entraban dispuestas a darle pelea. Vi familias enteras agarradas de la mano para hacerle frente. ¡Ja ja já eso era un festín para el enloquecido mar! Caían todos juntos.

Otras personas, más temerosas de los dioses, entraban como pidiendo permiso y al primer paso eran tumbadas en la arena. 

Por suerte yo, que tiendo a desubicarme y empeorar los malos humores haciéndome la graciosa,  me quedé en el molde, como decía mi papá. Me limité a mojarme un poco con las manos, actitud muy criticada toda la vida por mi mamá, que decía que eso lo hacían las viejas. Ya estoy vieja.

Mientras me reía para adentro viendo a todos los derrotados por Poseidón, pasaron frente a mí dos muchachos: uno llevaba un enorme trofeo, en cuya cima se alzaba una pelota de fútbol brillante; y el otro llevaba una bolsa con remeras de distintos clubes. Las remeras parecían firmadas por jugadores de fútbol y por cincuenta pesitos te prestaban la remera y el trofeo y con tu  celular te sacaban tres fotos.

En qué momento a alguien se le ocurre ese negocio. ¡Aplaudo de pie! Creo que con eso entendí realmente la famosa expresión "el ingenio argentino". Me dio no se qué, pero igual, bravo a esos pibes.

Luego del asombro saqué de mi mochila, como siempre repleta de cosas que nunca voy a usar, el libro que estaba leyendo. Me calcé los anteojos y me dispuse a continuar,  entonces, mientras leía y leía, de pronto oigo... chi chichichí chichichí, llegó la cumbia.

Una familia, detrás de mi silla, después de armar su carpa y acomodar sus pertenencias decidió musicalizar el día.

¡Pero por qué! ¡Me pregunto por qué! 

Como no hallé ninguna respuesta debo confesar que deseé que todos fueran al mar bailando reguetón y terminaran revolcados. Como no fueron, cerré el libro y lo guardé.

Mientras tanto, Pancha que es una atracción para niños y grandes, convocó a un nene amoroso que no paró de acariciarle la cabeza. El nene y Pancha atrajeron a otros dos niños y me vi rodeada por tres pequeños de nueve y diez años que le acariciaban la cabecita a Pancha. 

Me hablaban, se preguntaban sus nombres y también si tenían algún tío muerto,  todo, mientras la amasijaban a la perra, que se hartó y empezó a ladrarles y a tirárseles encima. 

Con la perra furiosa tratando de defenderse de tanto cariño, los nenes se pusieron eufóricos y todo se salió de control. Me tuve que ir.

Subí el médano con la perra excitada, mi mochilota, la sillita y los tres muchachitos que me seguían. Por suerte la arena quemaba y se detuvieron de modo que  el ascenso al médano fuera un poco menos complicado.

No obstante, uno de ellos que realmente era un amor me gritaba de lejos _en qué departamento estás!, ¡en qué departamento estás!.

Me dio pena y con la perra que seguía ladrando, la mochila pesadísima y la sillita giré sobre mí misma y le respondí_ ¡en ese! 

Y el nene insistía_ ¡pero en cuál! ¡En cuál!

_¡En ese que está ahí! Le grité sin señalar ninguno.

_¡Bueno, después voy a visitar a Pancha!

La arena empezó a quemarme mal y cargada como estaba, no quedó otra que correr hasta  la sombra de unos penachos con muy poca elegancia.

En fin, ahora pienso que es muy posible que todo se repita mañana.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario