Errando entre Palabras

martes, 4 de agosto de 2020

Ordenar la Biblioteca

Si algo disfruto, pese a la fiaca inicial, es ordenar la biblioteca, porque se me llena en un instante la cabeza de historias, de palabras, de recuerdos. Es como repasar cada una de las novelas que leí, de las poesías... Esos libros, que no son tantos, tienen que ver con lo que soy, con lo que quise ser y con lo que no, y con lo que aun quiero ser...

Libritos viejísimos que amo.

Hay uno que es rarísimo. ¿Habrá otra persona en el mundo que lo tenga? Es uno de obras de teatro que nunca le devolví a la monja bibliotecaria de mi colegio. ¿¿¿Cómo se llamaba esa monja??? No recuerdo, pero me parece que el nombre era el de una flor, que no era Margarita. La Hermana... la Hermana... no me acuerdo. Bueno, es un librito español, cuyas hojas se están por extinguir, con unas obras de teatro espantosas. Hasta tiene dibujos de cada escena... es malo, pero cómo lo quiero, lo quiero tanto...  tiene que ver con lo que desde chica quería hacer.

Cuando tenía nueve o diez años, con mi hermana y mi amiga Paula hicimos una obra de teatro en el garaje de la casa de mis viejos. Cobramos como entrada la merienda, pusimos bancos y vinieron mis vecinos: Patricia y los melli, que hablaban todo cortado, la nieta, Sandrita, del señor de enfrente. A Sandrita, la abuela le había hecho los bucles con un "fierrito" caliente. También vino el hijo de Don Enrique: Ricardo. Bueno, no sé si estaba Ricardo, pero de pronto lo recordé. Era alto, altísimo y corría con unas piernas que medían como diez metros. Enrique, no el papá de Ricardo, otro, era uno lindo de la vuelta y tenía una hermana que se llama Marisel. Ella seguro vino, él no. No nos daba bolilla. ¡¡Qué genial ese día!!

Pasaron algunas cosas lindas en esa cuadra, un día, llenamos la calle de hojas, cubrimos toda toda la calle, casi la cuadra entera en una actividad que empezó lenta y terminó siendo frenética. Había que cubrirlo todo y pronto antes de que pasen todos los que dejaban las quintas de fin de semana. Me acuerdo que mi mamá y las mamás de otros nos miraban mientras charlaban en la puerta y que un auto, pasó despacito, despacito, para que no se nos volaran las hojas mientras gritábamos desesperados, saltábamos y nos reíamos como locos rogándole que no las haga volar.

Biblioteca, sí. Hay otro libro que adoro, chiquito. Recuerdo cuando lo compré y todo, el de Alfonsina: Antología Poética de Editorial Losada. ¡Mi amor! cómo la quiero. Cada tanto, hago siempre lo mismo: me siento en el sillón y leo las poesías en voz alta, como deben leerse. La leo sola, o frente a alguna víctima. 

En fin, me acuerdo la historia de cada libro, las dificultades que me plantearon o plantean, los subrayados y requetesubrayados que les hice. Eso de que los libros no se escriben no sé quién lo habrá dicho, pero no tiene fundamento para mí. Tengo libros que adentro guardan hojas de cuaderno escritas por mí, que son sagradas. Resúmenes seguramente, pero no se las puedo sacar.

¡Uy! Ordenar la biblioteca es genial, se me activan los recuerdos como cataratas, me emociona. Es casi como si me estuviera por morir, por eso que dicen que se te pasa toda tu vida por delante en un segundo.

Tengo un estante en la biblioteca de libros que no me gustaron.

Necesito un carpintero, hace dos años que busco uno. Mi biblioteca necesita otro estante y la quiero blanca. Tengo siete carpinteros en mi celular. Sólo dos me pasaron presupuesto, pero algo sucede, se esfuman; les digo que sí, que bueno, y nunca más me responden. Si alguien sabe de un carpintero se lo agradeceré; de paso, tendré otro motivo para ordenar la biblioteca.


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