Errando entre Palabras

martes, 4 de agosto de 2020

Sobre un señor que podría llamarse Roberto

Hoy me senté un rato en mi balcón. 

Mi balcón que tiene una vista fea, hay que decirlo. Los únicos árboles que veo son los tres ficus que están en mis macetas y si extiendo un poco la mirada hacia el frente hay un centenar de aires acondicionados que parecen un muestrario de Frávega.

Así y todo, cada tanto balconeo y como hoy había sol me quedé un rato sintiéndome bien, algo que vale la pena comentar. Estaba ahí, con la mirada perdida, cuando a través del vidrio del balcón vi el movimiento de algo colorido en el edificio de enfrente y en un santiamén mi vista pasó de perdida a curiosa.

Antes de seguir, quiero decir en mi defensa que cuando compré el departamento la vista daba al jardín de una casa enorme y preciosa que demolieron al mes. Mala suerte.

Sigo. 

Lo que se movía era una sábana. Una sábana que un señor sin remera sacudía sobre su cama.

El señor rondaría los cincuenta y tenía panza, bastante panza y además tenía guantes, esos de color amarillo que se usan para lavar los platos.

El cuarto se veía completamente desde mi balcón: el armario abierto, la ropa muy bien acomodada y la cama, obviamente.

El señor enguantado no podía dominar el vuelo de la tela y yo no podía dejar de mirar al hombre que en cueros y con guantes hacía su cama con la ventana totalmente abierta.

De pronto entró en la habitación una mujer de pelo largo y oscuro que rápidamente lo ayudó. Ella sostuvo la sábana de un lado, él del otro y al cabo de unos instantes estaban acomodando unos almohadones.

Mientras tanto, yo imaginaba que ella estaba enojada porque él tardaba mucho en hacer las cosas, que él estaba enojado por tener que hacerlas y que qué difícil la cuarentena, y cuando estaba a punto de dejar de mirar, ella se acercó a él y lo abrazó.

Se abrazaron. Se quedaron así un rato hasta que él se alejó lentamente y ella se quedó ahí, igual, mirándolo, mientras el señor gordito se quitaba los guantes, se acercaba a la ventana y cerraba las cortinas.


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