Las Tejedoras
Todas las mujeres de mi familia tejían cuando yo era adolescente, incluso mi hermana y algunas primas que sólo me llevaban unos años. Recuerdo los domingos de invierno en la casa de mi abuela, cuando por la tarde, ella, mi madre y mis cinco tías se ubicaban, para tejer, alrededor de una mesa muy larga. Cuando comenzaban su labor, se escuchaban los tintineos de sus agujas.
Yo me sentaba más lejos, apoyaba mis brazos uno arriba del otro sobre la mesa y recostaba mi cabeza para verlas. Desde esa distancia observaba sus movimientos como una danza en conjunto.
Todas, a su tiempo, miraban las lanas zigzagueantes con las cabezas inclinadas y cuando querían decir algo, alzaban la vista sin interrumpir su tarea. La actividad se acompañaba con palabras que iban y venían de una a la otra.
Al finalizar los puntos de una vuelta cambiaban de brazo, como quien mueve el carro de una máquina de escribir, y con el mismo ritmo, los empujaban hacia atrás, para recomenzar.
Sin perderlas de vista, me interrogaba acerca del porqué yo no estaba ahí, formando parte de aquella colectividad laboriosa. El ritmo parecía frenético cuando por momentos nadie hablaba y aún así, las unía el incesante recorrido de la lana.
Junto al entramado de saquitos y mantillas, en ese lugar se tejía algo más: los deseos que ellas debieron de relegar.
En el andar de sus dedos hablaban de hastíos, de culpas, de exigencias y también de tristezas.
Ellas contaban lo que hacían cotidianamente y en medio la conversación se escurría lo que no habían llegado a ser. La concentración que dedicaban en cada lazada, relajaba las lenguas dejando a sus anhelos caminar por una cornisa hasta que finalmente, decían mucho más de lo que se permitían a sí mismas.
Tejían sus deseos porque se habían destejido sus sueños. Tejían sus sueños para no dejarlos escapar.
Las mujeres de mi familia, en aquellas tardes de domingo, creaban, para todos, abrigos coloridos, pero en lo más secreto hacían mantas enormes para ellas mismas. Aquellos deseos que no pudieron ser, se urdían con las lanas formando una red en la cual, años después, pudimos apoyarnos los más jóvenes y así construir nuestros propios destinos.
Aunque en sus días las he juzgado, siempre les estaré agradecida.
Cecilia Labate
Arte: Eva Raman
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Excelente. Y usted es quien es, porque descifró a las tejedoras. Buenísimo
ResponderBorrarMuchas gracias por su comentario tan lindo! Gracias por leerlo Unknown! Saludos
BorrarMe ha gustado muchísimo. Seguiré mañana.
ResponderBorrarMuchas gracias gracias!
ResponderBorrarSaludos
Un placer el haberte hallado
ResponderBorrarGracia por tus palabras.
ResponderBorrarYa entro a tu blog.
Un saludo!
Hermosa hsitoria que te dejo una enseñanza y un bello recuerdo . Besos
ResponderBorrarGracias Hanna! Te mando un beso!
ResponderBorrarMuy hermoso como lo cuentas... Tan importante y necesario tejer!: Prendas, sueños, palabras... algo siempre ligado, de alguna forma, a lo femenino. Tengo un poema homenaje a las tejedoras en mi blog... Un saludo!
ResponderBorrarHola Teresa! Muchas gracias por tu comentario. Busco el poema en tu blog.
ResponderBorrarUn gusto que hayas pasado por acá. Te mando un abrazo