Errando entre Palabras

viernes, 11 de septiembre de 2020

Sobre la pintura de un bar de Buenos Aires

No es algo que pueda descuidarse, ni que se pueda beber, ni lavar, ni arrugar. 

No se usa para tomar sol, ni para salir a pasear.

No es bastón, ni almohadón, ni piedra, ni tacita.

Para usarlo, primero debe tomarlo con cuidado, pues es sumamente frágil, y después de contemplarlo colocarlo en un lugar seco y fresco,  fuera del alcance de los niños. 

No es una copa de cristal, ni un remedio.

Debe ocupar un lugar importante, pero escencialmente debe estar a su vista.

Es probable que recuerde muchas cosas si lo observa atentamente: tiene historia. 

Si se acerca y mira con atención casi podrá sentir el alma del artista.

Olerá a minutas y a cafés con leche y seguramente también escuche el grito del mozo y su puño golpeando el mostrador.

Si pasa cerca de donde lo tiene guardado querrá mirarlo, pero se aconseja elegir los días apropiados. 

Si usted se siente más o menos, ese día no caiga en la tentanción, porque puede que le produzca algún decaimiento con un poquito de ganas llorar. 

Es poético.

Está lleno de detalles que lo emocionarán y puede ser que rememore a sus padres y a sus abuelos, o tal vez, a alguien en especial.

Mirarlo es como ver una vieja Buenos Aires y vaya a saber cuántas historias:  hombres sentados tomándose un café abandonados a su suerte, otros devorando el plato del día con un miñóncito en una de las manos y la sección de empleos en la otra. Encuentros de prometidas felices luciendo su anillo,  esa  loca del barrio, que ocupa siempre el mismo lugar y tal vez tristes desencuentros

No es muy grande el dibujo, pero es inmenso.

Cada tanto, vale la pena tratar de sentir el olor de su papel y de la tinta y hasta acariciarlo, pero luego, por favor, con muchísimo  esmero vuelva a guardarlo entre las hojas de un libro hasta que lo pueda enmarcar y colgarlo, con orgulloso, en un lugar especial

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